El tema a tratar era el tiempo. En la reunión se pudo ver a la cigüeña muy enfadada; no mejor cara tenía un ratoncillo, que protestaba porque su nido se llenaba de agua. Este estaba en una pared donde comienza la calle Fría.
La señora cigüeña también protestaba por las muchas lluvias.
—Pues no será porque se le inunde la casa —comentaron algunos de los presentes.
Ella respondió:
—Es más difícil pescar en las charcas si hay mucha agua.
—Pues si no puede pescar, que se fastidie. Que el otro año estaba yo en un charco con una… ¡A nadie le importa con quién estaba yo! Me picó en los riñones, sí, usted, doña Cigüeña. Menos mal que me escondí entre unas hierbas —dijo un sapo que suele pasar el invierno y también el verano entre las piedras de una parez en la calle del Matadero, a mano izquierda, mirando en dirección al agua.
—No nos cuentes tus batallitas, que estamos tratando un tema muy serio —dijo un mirlo que también participaba. Él prefería que lloviera.
—Calma, calma. Llover es bueno, pero si dejara de hacerlo un poco, sería mejor —opinó la señora Rana, pues tenía ganas de ponerse al sol al lado de su charca.
—Tranquilos todos, que el año es largo y tiene días de todas las clases —dijo un burro que estaba pastando cerca de la reunión.
Se juntaron varios animales más, hasta un grillo, que estaba de acuerdo en que dejara de llover. Unos patos que pasaban volando también opinaron, y uno de ellos, bastante enfadado, fue señalado por los demás como un gruñón. Los patos preferían que seguirían lloviendo.
Después de mucho discutir, y algunas palabras mal sonantes, marcharon a sus casas sin llegar a ningún acuerdo.
El viento, el sol y las nubes, cuando se enteraron de la reunión, decidieron seguir como siempre, sin hacer caso a las opiniones discordantes de todo aquel grupo.
Por eso el refrán dice cada santo pide para su altar.
La señora cigüeña también protestaba por las muchas lluvias.
—Pues no será porque se le inunde la casa —comentaron algunos de los presentes.
Ella respondió:
—Es más difícil pescar en las charcas si hay mucha agua.
—Pues si no puede pescar, que se fastidie. Que el otro año estaba yo en un charco con una… ¡A nadie le importa con quién estaba yo! Me picó en los riñones, sí, usted, doña Cigüeña. Menos mal que me escondí entre unas hierbas —dijo un sapo que suele pasar el invierno y también el verano entre las piedras de una parez en la calle del Matadero, a mano izquierda, mirando en dirección al agua.
—No nos cuentes tus batallitas, que estamos tratando un tema muy serio —dijo un mirlo que también participaba. Él prefería que lloviera.
—Calma, calma. Llover es bueno, pero si dejara de hacerlo un poco, sería mejor —opinó la señora Rana, pues tenía ganas de ponerse al sol al lado de su charca.
—Tranquilos todos, que el año es largo y tiene días de todas las clases —dijo un burro que estaba pastando cerca de la reunión.
Se juntaron varios animales más, hasta un grillo, que estaba de acuerdo en que dejara de llover. Unos patos que pasaban volando también opinaron, y uno de ellos, bastante enfadado, fue señalado por los demás como un gruñón. Los patos preferían que seguirían lloviendo.
Después de mucho discutir, y algunas palabras mal sonantes, marcharon a sus casas sin llegar a ningún acuerdo.
El viento, el sol y las nubes, cuando se enteraron de la reunión, decidieron seguir como siempre, sin hacer caso a las opiniones discordantes de todo aquel grupo.
Por eso el refrán dice cada santo pide para su altar.