Cuando la ventisca azotaba la sierra, esa que dijeron los moros que cuanto oro y plata quedaba en ella. La loba buscó refugio entre unas peñas, la naturaleza marcó su curso con dolores de parto. Comenzaron a gruñir húmedos por el suelo los cinco lobeznos, a la vez que buscaban los pezones de la loba. Llegó la primavera y con mirada curiosa contemplaban las flores que crecían entre las peñas, el olor de la jara el brezo y la retama llenaba todos los rincones de la Sierra. Cuando por San Juan floren los parrales en el pueblo de Tábara y las abejas se afanaban en recoger el néctar de las flores silvestres, los juegos de los cachorros eran intensos, hasta el mas decidido las noches de luna llena, subido a una peña le aulla a la Luna, soñando que algún día sería el rey de los agrestes campos de la Sierra La culebra. A eso de la hora de la siesta, un día la loba captó en el viento que había fuego en la sierra, en segundos decidió correr con su prole para salvarse de aquella monstruosa quema. Galopaba entre arbustos y peñas sintiendo el humo y morceñas, a viva el paso. Malaya, a ún lobezno se le queda trizada una pata en la grieta de una peña, aúlla desesperado, la loba se vuelve lame la pata y le besa, beso de despedida pues las llamas están cerca, se siente como con agresividad lo engullen todo el desdichado lobito con lamento aulla. antes de ser devorado por el implacable fuego. La loba corre con desesperación y lágrimas en los ojos tratando de llegar al riachuelo y salvar al resto de los suyos. En la pradera el fuego arrasa con todo, cual si llevara mil demonios aullando y devorando lo que encuentra, se encuentra con la loba y la quema. Después el fuego llega hasta los lobeznos y sin compasión envuelve a los que estaban llamados a ser los reyes de la sierra, entre aullidos brincos y lamentos, calcinados y en silencio quedan los cuerpos de los que tendrían que aullar las noches de luna llena.
