CUELGAMURES: LA PICARESCA EN LA BARCELONETA...

LA PICARESCA EN LA BARCELONETA
El vendedor ambulante de cerveza pasea por la barcelonesa playa del Bogatell, con sus latas en la mochila que cuelga a su espalda. De repente, su teléfono móvil vibra en el bolsillo de sus floreadas bermudas. Luego de responder, sus ojos alarmados se abren como platos. Mira rápidamente a un lado y al otro. Se acerca a una pareja que se tuesta al sol y a su vera deja la mochila para continuar andando con las manos en los bolsillos, entre silbidos, aparentando disfrutar de la brisa marina. Como un turista más. La pareja que se tuesta al sol se mira incrédula. No toca la mochila.
Pero los agentes de paisano de la Guardia Urbana ya habían visto al latero ofreciendo su mercancía con disimulo. La llamada telefónica del aguador apostado en el paseo, del encargado de lo que entre los quinquis de los años setenta se conocía como dar el agua, de alertar a los lateros de la presencia policial desde una altura que permite vigilar una basta extensión de arenal, se produjo demasiado tarde. Al menos esta vez la treta de enterrar las latas en la arena ya es pasado: está desfasada.

El incremento de la presión policial sobre los vendedores ambulantes de este verano, que ha logrado entre otras cosas desterrar a buena parte de los manteros del centro de la urbe, se está traduciendo en un proporcional aumento de la picaresca para eludirla. Las playas ofrecen cada día esta versión del juego del gato y el ratón, aunque este año las denuncias entre abril y junio se han reducido respecto al verano anterior (de 3.152 a 2.387), posiblemente por el mal tiempo. Ahora algunos lateros llevan una toalla al hombro para completar su disfraz.

Los agentes hacen un gesto al vendedor, que insiste en silbar con las manos en los bolsillos, para que se acerque. No opone resistencia. No trata de huir. No protesta. Saluda a los policías con respeto y familiaridad. Les tiende un certificado de empadronamiento a modo de identificación. Sabe que no hacerlo puede conducirlo a la comisaría de la Policía Nacional. Los ambulantes temen las órdenes de expulsión. Pero erróneamente piensan que las multas municipales, si se pagan, no perjudicarán una futura regularización por la vía del arraigo, un bulo de quienes realmente se enriquecen de este tinglado.