Creo que un poco de Historia no viene mal:
Alonso Berruguete
En las primeras décadas del siglo XVI, mientras el Renacimiento luchaba por imponerse en nuestro país, un nuevo movimiento artístico, surgido de la crisis de sus valores y su lenguaje, se estaba gestando en Italia, el Manierismo. Si el primero se había asentado en la idea del hombre como equilibrio armónico entre cuerpo y espíritu, el segundo reflejaba la ruptura de esa armonía, defendiendo la superioridad del espíritu que sólo en lucha con el cuerpo, desfigurando y destruyendo sus límites, lograba manifestarse.
Los recursos formales utilizados por los artistas florentinos para reflejar esta idea: alargamiento de la figura, tensión desenfrenada, violentas contorsiones, inestabilidad... Serán asimilados de forma directa por uno de nuestros escultores más geniales, Alonso Berruguete, y puestos al servicio de una religiosidad, la hispana, que sigue necesitando, como en época medieval, del drama y la emoción para manifestarse. Comienza con él lo que algunos historiadores del arte han denominado Manierismo Expresivo o Emocionalista.
Alonso Berruguete (h. 1489-1561). Hijo del pintor Pedro Berruguete, recibió su formación inicial en el taller familiar, completada a partir de 1507 con una prolongada estancia en Italia que le permitió entrar en contacto con los modelos de la Antigüedad Clásica, conocer la obra de los grandes maestros del Renacimiento (Donatello, Leonardo, Miguel Angel...) y participar, posiblemente, en la gestación del movimiento manierista.
A su vuelta a España realiza algunas de las creaciones más geniales de nuestra plástica, dos de las cuales forman parte de la colección del Museo Nacional de Escultura: el Retablo de la Mejorada de Olmedo, expuesto en la Capilla de San Gregorio, y el Retablo de San Benito el Real de Valladolid, del que se muestra una interesante selección en estas salas.
Concertado este último en 1526 con el abad del Monasterio, Fray Alonso de Toro, finaliza su ejecución en 1532, sorprendiendo a sus contemporáneos con la presentación de una enorme fábrica renacentista en estructura y decoración insertada en un edificio todavía gótico. El retablo, fragmentado por efecto de la Desamortización, constaba de un gran cuerpo semicircular coronado por una enorme venera, flanqueado por dos alas rectas rematadas por frontones. Se dividía verticalmente en once calles y horizontalmente en banco y dos grandes cuerpos.
En esta estructura se ordenaban pinturas y relieves dedicados a mostrar escenas de la infancia de Cristo y de la vida de San Benito. De ambos ciclos podemos contemplar magníficos ejemplos en estas salas: El Nacimiento de Jesús, la Adoración de los Reyes Magos, La Huida a Egipto, la Conversión de Totila y el Milagro del Agua. Rodeando estas composiciones, se distribuía un conjunto de figuras de bulto representando a profetas, apóstoles, evangelistas y santos, dentro del que se encuentran algunas de las creaciones más emblemáticas del artista: San Sebastián, San Cristóbal y el Sacrificio de Isaac... Soportes óptimos sobre los que definir sus rasgos estilísticos.
Las figuras de Berruguete pasan por ser la definición perfecta del sentimiento de angustia espiritual. La fuerza de este sentimiento interno alarga de una forma irreal la proporción de los cuerpos y los crispa en una tensión que se traduce en movimientos violentos, ascendentes como llamas, y en fuertes desequilibrios. Los rostros manifiestan esta angustia a través de expresiones ausentes o doloridas, concretadas en anhelantes bocas abiertas, ojos oblicuos y apretado entrecejo.
Los ropajes, finos y adheridos a las delgadas anatomías, dispuestos en menudos pliegues paralelos, refuerzan el dinamismo de las figuras y contribuyen a dotarlas de su aspecto inmaterial. La rica policromía de "estofado", con su enorme abundancia de oro aplicado en ropajes, cabellos, objetos, fondos... Ayuda a lograr el efecto sobrenatural de lo representado.
Alonso Berruguete
En las primeras décadas del siglo XVI, mientras el Renacimiento luchaba por imponerse en nuestro país, un nuevo movimiento artístico, surgido de la crisis de sus valores y su lenguaje, se estaba gestando en Italia, el Manierismo. Si el primero se había asentado en la idea del hombre como equilibrio armónico entre cuerpo y espíritu, el segundo reflejaba la ruptura de esa armonía, defendiendo la superioridad del espíritu que sólo en lucha con el cuerpo, desfigurando y destruyendo sus límites, lograba manifestarse.
Los recursos formales utilizados por los artistas florentinos para reflejar esta idea: alargamiento de la figura, tensión desenfrenada, violentas contorsiones, inestabilidad... Serán asimilados de forma directa por uno de nuestros escultores más geniales, Alonso Berruguete, y puestos al servicio de una religiosidad, la hispana, que sigue necesitando, como en época medieval, del drama y la emoción para manifestarse. Comienza con él lo que algunos historiadores del arte han denominado Manierismo Expresivo o Emocionalista.
Alonso Berruguete (h. 1489-1561). Hijo del pintor Pedro Berruguete, recibió su formación inicial en el taller familiar, completada a partir de 1507 con una prolongada estancia en Italia que le permitió entrar en contacto con los modelos de la Antigüedad Clásica, conocer la obra de los grandes maestros del Renacimiento (Donatello, Leonardo, Miguel Angel...) y participar, posiblemente, en la gestación del movimiento manierista.
A su vuelta a España realiza algunas de las creaciones más geniales de nuestra plástica, dos de las cuales forman parte de la colección del Museo Nacional de Escultura: el Retablo de la Mejorada de Olmedo, expuesto en la Capilla de San Gregorio, y el Retablo de San Benito el Real de Valladolid, del que se muestra una interesante selección en estas salas.
Concertado este último en 1526 con el abad del Monasterio, Fray Alonso de Toro, finaliza su ejecución en 1532, sorprendiendo a sus contemporáneos con la presentación de una enorme fábrica renacentista en estructura y decoración insertada en un edificio todavía gótico. El retablo, fragmentado por efecto de la Desamortización, constaba de un gran cuerpo semicircular coronado por una enorme venera, flanqueado por dos alas rectas rematadas por frontones. Se dividía verticalmente en once calles y horizontalmente en banco y dos grandes cuerpos.
En esta estructura se ordenaban pinturas y relieves dedicados a mostrar escenas de la infancia de Cristo y de la vida de San Benito. De ambos ciclos podemos contemplar magníficos ejemplos en estas salas: El Nacimiento de Jesús, la Adoración de los Reyes Magos, La Huida a Egipto, la Conversión de Totila y el Milagro del Agua. Rodeando estas composiciones, se distribuía un conjunto de figuras de bulto representando a profetas, apóstoles, evangelistas y santos, dentro del que se encuentran algunas de las creaciones más emblemáticas del artista: San Sebastián, San Cristóbal y el Sacrificio de Isaac... Soportes óptimos sobre los que definir sus rasgos estilísticos.
Las figuras de Berruguete pasan por ser la definición perfecta del sentimiento de angustia espiritual. La fuerza de este sentimiento interno alarga de una forma irreal la proporción de los cuerpos y los crispa en una tensión que se traduce en movimientos violentos, ascendentes como llamas, y en fuertes desequilibrios. Los rostros manifiestan esta angustia a través de expresiones ausentes o doloridas, concretadas en anhelantes bocas abiertas, ojos oblicuos y apretado entrecejo.
Los ropajes, finos y adheridos a las delgadas anatomías, dispuestos en menudos pliegues paralelos, refuerzan el dinamismo de las figuras y contribuyen a dotarlas de su aspecto inmaterial. La rica policromía de "estofado", con su enorme abundancia de oro aplicado en ropajes, cabellos, objetos, fondos... Ayuda a lograr el efecto sobrenatural de lo representado.