Tiene su origen en un grupo de religiosas que se congregan en torno a una
ermitaña tordesillana llamada Isabel García, conocida por el apodo de “la emparedada”, a quienes se les dona un solar junto a la
iglesia de
San Juan para la construcción del
convento, durante el reinado de Juan II.
Este convento perteneció a la Orden de San Juan Bautista de Jerusalén, pero la congregación de sanjuanistas fue disminuyendo, hasta el año 1945, que toma nueva vida, gracias a la llegada de hermanas carmelitas,
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