ESCALERAS DE MANO Y UN FAROL
Hoy se me vino a la memoria aquellas tardes del cinco de enero, cuando alguien del valle, cogía sus escaleras de mano y un farol, y bajaba por la Calle Real, y detrás y alrededor los niños de aquella Villa, para ver donde se terminaba esa cabalgata de Reyes Magos, El hombre aquel bajaba sin prisa, y calentaba su cuerpo con copas de cazalla o aguardiente, de fabricación de allí mismo, en las estaciones, que eran los bares del lugar.
Los niños éramos los que nos divertían esas excentricidades. La escalera y el farol colgando se quedaban en las puertas de los bares, y los niños aguantando que salieran de allí los hombres que componían dicha cabalgata. Recuerdo que algunos años el suelo estaba blanco de nieve, y otros años el agua helada estaba en las cercanías de las fuentes públicas, donde los niños patinábamos con el peligro de las caídas, algunas veces nos gritaban, “marcharos a vuestras casas, que los Reyes están por el camino para dejaros regalos y no debéis estar esperándoles con nosotros”, Era una edad de infancia que cualquier cosa te entretenía, luego al hacernos mayores esa ilusión desaparecía, y tan solo lo veíamos como un rato de diversión de esas personas mayores que tenían muy buen sentido del humor, además de poder beber esas copas de aguardiente que allí se llamaban borricos. Y que ha muchas personas les hicieron alcohólicos, ya que su valor era muy inferior al precio del anís, Hace ahora sesenta años que salí de aquel Valle, no creo que haya personas con tan buen humor, para alegrar a la infancia en esa tarde fría de La Castilla Sedienta, donde puede que las nieblas sigan cercando a sus moradores. Como hace muchos años podía pasar. G X Cantalapiedra. 28 – 12 – 2024.
Hoy se me vino a la memoria aquellas tardes del cinco de enero, cuando alguien del valle, cogía sus escaleras de mano y un farol, y bajaba por la Calle Real, y detrás y alrededor los niños de aquella Villa, para ver donde se terminaba esa cabalgata de Reyes Magos, El hombre aquel bajaba sin prisa, y calentaba su cuerpo con copas de cazalla o aguardiente, de fabricación de allí mismo, en las estaciones, que eran los bares del lugar.
Los niños éramos los que nos divertían esas excentricidades. La escalera y el farol colgando se quedaban en las puertas de los bares, y los niños aguantando que salieran de allí los hombres que componían dicha cabalgata. Recuerdo que algunos años el suelo estaba blanco de nieve, y otros años el agua helada estaba en las cercanías de las fuentes públicas, donde los niños patinábamos con el peligro de las caídas, algunas veces nos gritaban, “marcharos a vuestras casas, que los Reyes están por el camino para dejaros regalos y no debéis estar esperándoles con nosotros”, Era una edad de infancia que cualquier cosa te entretenía, luego al hacernos mayores esa ilusión desaparecía, y tan solo lo veíamos como un rato de diversión de esas personas mayores que tenían muy buen sentido del humor, además de poder beber esas copas de aguardiente que allí se llamaban borricos. Y que ha muchas personas les hicieron alcohólicos, ya que su valor era muy inferior al precio del anís, Hace ahora sesenta años que salí de aquel Valle, no creo que haya personas con tan buen humor, para alegrar a la infancia en esa tarde fría de La Castilla Sedienta, donde puede que las nieblas sigan cercando a sus moradores. Como hace muchos años podía pasar. G X Cantalapiedra. 28 – 12 – 2024.