CUANDO COMENZABA EL INVIERNO
Era un día de bastante frío, en La Castilla Profunda, sobre las siete de la madrugada de aquel mes de enero, el termómetro marcaba diez grados bajo cero, Eran días de podar las viñas, en el año de 1950, Y aquellos hombres podadores a destajo, madrugaban dentro de aquel frío invernal, que te dejaba los huesos helados, era un frío helador, sin apenas humedad, donde los cantos y piedras brillaban sin poder pisar sobre su suelo, ya que se resbalaban aquellos zapatos gordos, que algunos acompañaban con sus leguis, sus trajes de pana negra, y pellizas la mayoría cuellos de abrigo, incluso algunos agregaban un cuello de piel de oveja con lana, para aguantar tan bajas temperaturas, en mi juventud pude ver personas podando que se ataban las mantas con una cuerda para verse más abrigados, Eran inviernos duros, donde se llegaban a contar hasta treinta días helando todas las noches, y días de no pasar de bajo cero, incluso los niños patinaban en los charcos día y noche, al lado de las fuentes, que existían entonces, Gracias a un alcalde llamado Victoriano Cantalapiedra. Que logró desde el Pozo Artesiano de la Carretera de Pozaldez, subir el agua al deposito de Valtarre, y desde allí bajar hasta las fuentes, que daban agua a todos los vecinos de esa Villa, que entonces estaba en plena época de inmigración forzosa. Volviendo al principio de esa historia, los podadores de majuelos, tenían que venirse del campo, al estar los sarmientos con una helada en blanco, que ni las tijeras de podar eran capaces de aguantar tanto hielo, Digamos que fueron años de penumbras, donde los niños íbamos al colegio, y hasta que se encendían las estufas de serrín, pasábamos frío y los maestros nos dejaban estar en clase hasta que se caldeaba el local de la escuela nacional, con los abrigos puestos. Eran inviernos largos y duros, y los sabañones eran compañeros de las piernas de muchas personas, que sentían el frío en sus casas, y se arrimaban a las brasas de la lumbre para matar un poco el frío reinante. G X Cantalapiedra.
Era un día de bastante frío, en La Castilla Profunda, sobre las siete de la madrugada de aquel mes de enero, el termómetro marcaba diez grados bajo cero, Eran días de podar las viñas, en el año de 1950, Y aquellos hombres podadores a destajo, madrugaban dentro de aquel frío invernal, que te dejaba los huesos helados, era un frío helador, sin apenas humedad, donde los cantos y piedras brillaban sin poder pisar sobre su suelo, ya que se resbalaban aquellos zapatos gordos, que algunos acompañaban con sus leguis, sus trajes de pana negra, y pellizas la mayoría cuellos de abrigo, incluso algunos agregaban un cuello de piel de oveja con lana, para aguantar tan bajas temperaturas, en mi juventud pude ver personas podando que se ataban las mantas con una cuerda para verse más abrigados, Eran inviernos duros, donde se llegaban a contar hasta treinta días helando todas las noches, y días de no pasar de bajo cero, incluso los niños patinaban en los charcos día y noche, al lado de las fuentes, que existían entonces, Gracias a un alcalde llamado Victoriano Cantalapiedra. Que logró desde el Pozo Artesiano de la Carretera de Pozaldez, subir el agua al deposito de Valtarre, y desde allí bajar hasta las fuentes, que daban agua a todos los vecinos de esa Villa, que entonces estaba en plena época de inmigración forzosa. Volviendo al principio de esa historia, los podadores de majuelos, tenían que venirse del campo, al estar los sarmientos con una helada en blanco, que ni las tijeras de podar eran capaces de aguantar tanto hielo, Digamos que fueron años de penumbras, donde los niños íbamos al colegio, y hasta que se encendían las estufas de serrín, pasábamos frío y los maestros nos dejaban estar en clase hasta que se caldeaba el local de la escuela nacional, con los abrigos puestos. Eran inviernos largos y duros, y los sabañones eran compañeros de las piernas de muchas personas, que sentían el frío en sus casas, y se arrimaban a las brasas de la lumbre para matar un poco el frío reinante. G X Cantalapiedra.