HABLAMOS DE ARGIMIRO Y CASIO
Una mañana de niebla cargada de gran misterio, cuando cualquier cuerpo tiembla y el ambiente siempre es serio.
Un zagalillo gracioso escalador de La Torre, tuvo su tiempo dichoso al ver a Casio que corre.
En la entrada al cementerio una voz suena armoniosa, que parece hablar en serio escuchando otra rabiosa.
Casio se marchó corriendo pensando mucho en fantasmas, Argimiro se alejó con ovejas encantadas.
El zagalillo risueño iba envuelto en vieja manta, y la niebla sin ver dueño por el campo desencanta.
Los dos callando su historia, eran vecinos con calma, solo dejaron memoria sin que nadie les reclama.
La Seca tuvo fantasmas subidos sobre cipreses, eran zagales con alma que conocieron reveses.
Casio sufriendo las bromas de su vecino Argimiro, luego quedaron las sombras al dar la vida su giro.
Argimiro el zagalillo montador de grandes grúas, hombre siempre muy sencillo incluso con horas duras.
La niebla jugo su baza en las tierras lasecanas, comentaban en la plaza de nieblas por las mañanas.
Nieblas que dejaron huellas sobre las grandes llanuras, anulando a las estrellas en sus noches de diabluras.
Niebla con sus escarchadas en los majuelos gozosos, sarmientos de horas heladas, que no fueron muy dichosos.
Una noche de Novillos Argimiro me contaba, que sus años más sencillos en La Seca los pasaba.
Su visita al cementerio que mucha fama le daba, el nunca habló de misterio ni de cita concertada.
Eran tiempos de penumbras con la niebla muy cerrada, las luces que siempre alumbran las daba la madrugada.
Sobre La Torre Argimiro en una tarde marcada, era una hazaña y un suspiro que a La Seca le asustaba.
Subir sin miedo a La Torre cuando sonaban campanas, que la historia no se borre recordando sus mañanas.
G X Cantalapiedra.
Una mañana de niebla cargada de gran misterio, cuando cualquier cuerpo tiembla y el ambiente siempre es serio.
Un zagalillo gracioso escalador de La Torre, tuvo su tiempo dichoso al ver a Casio que corre.
En la entrada al cementerio una voz suena armoniosa, que parece hablar en serio escuchando otra rabiosa.
Casio se marchó corriendo pensando mucho en fantasmas, Argimiro se alejó con ovejas encantadas.
El zagalillo risueño iba envuelto en vieja manta, y la niebla sin ver dueño por el campo desencanta.
Los dos callando su historia, eran vecinos con calma, solo dejaron memoria sin que nadie les reclama.
La Seca tuvo fantasmas subidos sobre cipreses, eran zagales con alma que conocieron reveses.
Casio sufriendo las bromas de su vecino Argimiro, luego quedaron las sombras al dar la vida su giro.
Argimiro el zagalillo montador de grandes grúas, hombre siempre muy sencillo incluso con horas duras.
La niebla jugo su baza en las tierras lasecanas, comentaban en la plaza de nieblas por las mañanas.
Nieblas que dejaron huellas sobre las grandes llanuras, anulando a las estrellas en sus noches de diabluras.
Niebla con sus escarchadas en los majuelos gozosos, sarmientos de horas heladas, que no fueron muy dichosos.
Una noche de Novillos Argimiro me contaba, que sus años más sencillos en La Seca los pasaba.
Su visita al cementerio que mucha fama le daba, el nunca habló de misterio ni de cita concertada.
Eran tiempos de penumbras con la niebla muy cerrada, las luces que siempre alumbran las daba la madrugada.
Sobre La Torre Argimiro en una tarde marcada, era una hazaña y un suspiro que a La Seca le asustaba.
Subir sin miedo a La Torre cuando sonaban campanas, que la historia no se borre recordando sus mañanas.
G X Cantalapiedra.