Dio con disimulo un pequeño trozo al enorme can. No se fiaba del
pastel de
setas que había preparado para la cena su nuera. El
feliz animal lo tomó ávidamente y salió corriendo tras los inquietos niños. Ella lo observaba atenta. No pasaba nada, así que hincó con avidez el tenedor. De repente el perro empezó a aullar y a dar vueltas. Luego cayó al suelo. “ ¡Maldita sea! –exclamó–, sabía que me querías envenenar. Mira el perro. Está muerto”. “No abuela, solo estamos jugando”, dijo el pequeño mientras
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