El "Verdugo de Ocaña", el cura de la prisión, con los presos en el patio de la cárcel de Ocaña, MEZQUETILLAS

<*> Fotografía y comentarios facilitados por el compañero y buen amigo, Marcelino Carretero Sanguino, gracias amigo.

<<>> Esta información incorpora, además, la poesía de Miguel Hernández, otro cura asesino, "Por la Gracia de Dios", la del cura del campo de concentración de Ocaña, que como el de las Ventas, disfrutaba dándole el tiro de Gracia a los asesinados por los pelotones de fusilamiento fascistas.

"Cuando estuve en el penal de Ocaña nos sacaban al patio todos los días para oír misa. ¿Sabes lo que nos decía el padre Rodríguez? Un cura que luego estuvo en Toledo, un cura que llevaba un pistolón bajo la sotana y que se le notaba el bulto. Nos decía: vosotros rojos, ¿sabéis a lo que tenéis derecho?! De la tierra que pisáis, hacia el cielo, no tenéis derecho a nada! De la tierra que pisáis, hacia abajo, tenéis derecho a unos centímetros donde enterraros!. Rodriguez, cuando tocaba fusilar a una saca, la noche antes te confesaba y por la mañana iba al fusilamiento, él se encargaba de dar el tiro de gracia. ¿Qué te parece el pajarico?! Eso, el cura!" (Victorino F. en "Las condiciones de vida en la comarca de La Mancha toledana durante la Guerra Civil y Posguerra" de Isidro Cruz Villegas y María Dolores Cruz Villegas)

"El padre Rodríguez, era el capellán del Penal de Ocaña en Toledo. Un pueblo en el que se registró entre 1939 y 1959, mil trescientas víctimas de la represión franquista. A este mensajero de Dios en la Tierra, le pusieron el apelativo de "el Verdugo de Ocaña" y el "Cura Asesino". Entre consuelo espiritual y confesiones, participaba en las palizas a los presos y se encargaba de dar el tiro de gracia a los fusilados. Cuentan que, a veces, los remataba a martillazos.
"Todos sabíamos que era el cura, participaba en las palizas y después gustaba de coger su pistola y daba el último disparo. Pero poco sabíamos de él. No se dejaba ver por el pueblo y un buen día desapareció de la prisión. Ni siquiera recuerdo su nombre ". (Teöfilo Fernändez)

"Aparte de la memoria oral, de los que vivieron para contarlo, el único testimonio de los crímenes de este siniestro personaje, es un poema escrito por Miguel Hernández y los presos a los que Miguel Hernández enseñaba a leer y a escribir, también impartía, clandestinamente, clases de poesía en el penal de Ocaña."

EL VERDUGO DE OCAÑA:
Muy de mañana, aún de noche,
Antes de tocar diana,
Como presagio funesto
Cruzó el patio la sotana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Llegó al pabellón de celdas,
Allí oímos sus pisadas
Y los cerrojos lanzaron
Agudos gritos de alarma.
“ ¡Valor, hijos míos,
que así Dios lo manda!”
Cobarde y cínico al tiempo
Tras los civiles se guarda,
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Los civiles temblorosos
Les ataron por la espalda
Para no ver aquellos ojos
Que mordían, que abrasaban.

Camino de Yepes van,
Gigantes de un pueblo heroico,
Camino de Yepes van.
Su vida ofrendan a España,
Una canción en los labios
Con la que besan la Patria.

El cura marcha detrás,
Ensuciando la mañana.
¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El cura verdugo de Ocaña!

Diecisiete disparos
Taladraron la mañana
Y fueron en nuestros pechos
Otras tantas puñaladas.

Los pájaros lugareños
Que sus plumas alisaban,
Se escondieron en los nidos
Suspendiendo su alborada.

La Luna lo veía y se tapaba
Por no fijar su mirada
En el libro, en la cruz
Y en la “star” ya descargada.

¡Más negro, más, que la noche
Menos negro que su alma
El Cura Verdugo de Ocaña!
Miguel Hernández

El NIÑO YUNTERO
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombros jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández.
(6 de Diciembre de 2019)