Sus pasos eran cada vez más pausados por la sombra de los soportales de agosto. Hacía tiempo que dejó de lado el poyo de cemento y buscó amortiguar su cuerpo maltrecho en sillas más cómodas. El guardián del poyo reposaba sus necesidades en asientos que atenuarán su cuerpo doliente. La mirada incisiva había dejado paso a un rictus de circunstancia. Su diálogo vehemente se escondía en los últimos años detrás de una voz tenue y a veces desencajada. Le preocupaba poco la partida del verano y ahora sus ... (ver texto completo)