La nieve caía con ganas, pero lo hacía despacio y en silencio. Un silencio que nosotros compartíamos con cada copo, sentados en dos taburetes al lado de la lumbre. Las llamas, tan silenciosas como la nieve, alumbraban sólo nuestras caras. El resto era una penumbra cómplice, y testigo mudo de esas miradas limpias y sinceras, esas miradas que desaparecen con el primer acné, con el primer pelo de la barba o con los últimos años de escuela. Era una mirada clave, porque a partir de ella muchos de nosotros ... (ver texto completo)