MEMBIBRE DE LA HOZ: UN CANTO A MI PUEBLO...

UN CANTO A MI PUEBLO

Escrito por Melitona García Puentes. Vecina de Membibre

Al pueblo donde nací,
yo le dedico este canto,
como prueba filial
de hacerle querido tanto.

Porque te quiero, te añoro,
por ti yo tengo nostalgia,
por todo lo que tenías
siento también añoranza.

Herida el alma llevaba
el día que me ausenté,
con mejor vida soñaba,
aspiraba un poco de gloria,
a mi pesar te dejé,
pero estás en mi memoria.

Encontré lo que buscaba
en mi lugar de adopción,
por eso te estimo tanto
pero por ti siento amor,
a pesar de la distancia
sigues en mi corazón.

Membibre mi viejo pueblo,
lugar que me vio nacer,
en una casa pequeña
y acogedora a la vez.

Hermosa vista tenía,
bien se podía admirar
un verde y hermoso prado,
un edén para soñar,
un lugar maravilloso
para el aire respirar.

En mi casita adorada,
era un deleite habitar,
entre la espesa arboleda,
se oía correr el río
y lento y muy silencioso
bajaba por el plantío.

Entre juncos y remansos
se le veía brillar,
en sus riberas más firmes
a las mujeres lavar.

Sobre sus pequeños puentes
acostumbraba a parar,
a contemplar la corriente
de su pequeño caudal,
llena de aroma su brisa,
parecía acariciar.

Con el transcurso del tiempo
todas las cosas cambiaron
y has perdido poco a poco
lo mejor de tus encantos.

No se oye correr el río
maravilla del lugar,
que sus grandes manantiales
han dejado de manar.

Están secas las dos fuentes
donde yo siempre bebía,
con sus purísimas aguas
todo el mundo se servía
y con sus grandes sobrantes
el río enriquecía,
hoy me embarga a mí la pena
de verlas secas, vacías.

Te faltan los verdes prados
que tanta belleza daban
al llegar la primavera
de sol radiante cargada,
de flores y margaritas
todos ellos se cuajaban.

Recuerdo que siendo niña
a cogerlas yo bajaba
y cazando mariposas
por ellos correteaba.

Eran extensos y hermosos,
su hierba fresca y lozana,
y parecían vergeles
hechos de aroma y fragancia.

Ya no brilla la laguna
que en invierno allí se hacía
donde cantaban las ranas
y en todo el pueblo se oían.

Cuando llegaba San Blas,
la cigüeña regresaba,
altanera y orgullosa
por allí se paseaba.
Metiendo su largo pico
se zambullía en el agua
hasta encontrar en el fondo
a las consabidas larvas.

Bellísimo parecía
cuando el vuelo levantaba
y surcando por el aire
hasta el alto se elevaba.

Majestuosa y solemne
hasta su nido llegaba,
que triste y abandonado
el año anterior dejaba.

Ya se han secado las fuentes,
a los árboles les talan,
ya se ha perdido el encanto
que a mi pueblo engalanaba.

Ya no se siente el rumor
de las aguas que bajaban
siguiendo su hermoso cauce
cristalinas y onduladas,
en muchas noches serenas
llenas de paz y de calma,
tranquilas y arrulladoras
como un espejo brillaban.

Al llegar a los molinos
grandes embalses formaban,
hábilmente el molinero
moliendo las empleaba
hacía girar las piedras
con rapidez y eficacia
elaborando los granos
en harina refinada.

No ruge le viento batán
moviendo los mazos grandes,
que con fuerza golpeaban
sobre los grandes telares.

No se siente golpear
aquel herrero en la fragua
cuando a golpes de martillo
al hierro le modelaba.

No se sienten las carretas
con la llegaba del alba,
ni los cascos de las mulas
al partir a la jornada
ni el gallo desde su alero
cantarle a la madrigada.
Hay sensación de tristeza
en tus calles solitarias
no se siente a los niños
todos jugando a sus anchas,
ni sus gritos ni sus llantos,
ni infantiles carcajadas.

Ya no se escucha el murmullo
que salía de sus aulas
porque tampoco hay escuela,
porque ya no queda nada.

Te faltan también las gentes
que tuvieron que emigrarse
buscando mejor fortuna
hasta las grandes ciudades.

Membibre mi viejo pueblo,
cuantas cosas has perdido
no se gustan los cangrejos
muy sabrosos y muy finos
que en abundancia criaba
aquel delicioso río.

Era hermoso contemplar
agrupados a los patos
que surcaba por las aguas
gozosos y alborotados.

Ya no anidan las palomas
en los viejos palomares,
ya no se ven bandadas
dibujando por el aire,
ya no llegan todas juntas
hasta el alero a posarse
y no se escucha el arrullo
de aquel susurrar constante.

Han dejado de llegar
por miles las golondrinas
que llenaban los tendidos
apiñadas y seguidas
con su susurro y su encanto
parecía que mecían.

Alguna más hogareña,
incluso más atrevida,
en casa hacía su nido
y tenía allí su cría
que con amoroso celo
la cuidaba y protegía
hasta llegado el otoño
que ya desparecía.
Después al año siguiente,
a casa otra vez volvía
a ocupar el viejo nido
que nadie le destruía.
Con su acostumbrado celo
volvía a tener su cría
y nos hacía felices
la pequeña golondrina.

Está todo silencioso,
todo está triste y en calma,
las calles están desiertas,
las casas están cerradas.

A la salida del pueblo,
como una joya preciada,
sigue la ermita pequeña
como una paloma blanca
allí se encuentra una imagen
que el pueblo patrona llama
es la Virgen de Reoyo
chicos y grandes la aclaman
y yo que me encuentro lejos
la llevo dentro del alma.

Recuerdo con gran nostalgia
las fiestas de San Martín
me parece estar oyendo
la flauta y el tamboril,
el redoblar de campañas,
repicar el esquilón,
y ver tu hermoso estandarte
y tu encarnado pendón,
y las danzas por las calles
al salir en procesión.

A la caída del sol
gran baile se organizaba,
todas las mozas que había
hasta la plaza llegaban
y románticos galanes
bailando las cortejaban.

Festejos en Candelaria
la gran fiesta de los Quintos,
cuando corrían el gallo
en sus corceles subidos.

Inolvidable fiesta
en honor a Santa Águeda,
con bailes de tamboril
y las típicas dulzainas.

Veladas y reuniones
en suculentas matanzas
que en unión, con armonía
la familia celebraba.
Ya no hay bodas ni bautizos
porque la gente ha emigrado,
Membibre querido pueblo
que solitario has quedado.

Cuando miro hacia la iglesia
que en lo alto está ubicada
y veo en el campanario
a las hermosas campanas,
recuerdo que en otros tiempos
por fiestas se volteaban,
se desde lejos se oían,
en el alma se clavaban.

Nunca se doblan ahora,
están mudas y calladas
no se las siente tañer
ni en procesiones ni en Pascua,
porque todo se ha perdido,
porque ya no queda nada.

Sólo se sienten motores
de la noche a la mañana
que del fondo de la tierra
incesantes sacan agua.

Se sienten también los trinos
de los jilgueros que cantan,
madrugadores y alegres
saltan de rama en rama.

Hacen bellas melodías
ajenos a lo que pasa
y su canto alegra al pueblo
que poco a poco se acaba.

En tus riscos y cañadas
pacen aún las ovejas
en esos atardeceres
que el viento sopla con fuerza,
desde lejos se escuchan
sus balidos y cencerros.

Como todo evoluciona,
en algo tú has progresado,
tienes el agua corriente
en tus casas y techados,
llegó el hilo telefónico
y estas bien comunicado,
lucen hermosas farolas
que no lucían antaño,
da primor pisar tus calles
porque ya no tienen barro.

Aunque me encuentro muy lejos
siempre que es posible
vuelvo a gozar de tu lugar
que es todo paz y sosiego.

A visitar la casita
que, con amor, yo conservo
que me dejaron mis padres
y guarda tantos recuerdos.

Cuando transcurren los días
y hay que partir de regreso
a mí se me parte el alama
cuando tu puerta yo cierro.

Es que me invade la pena
no sé que siento aquí dentro
será tal vez ese miedo
de si otra vez ya no vuelvo.

Constancia quiero dejar
en este humilde poema
del deseo más ferviente
que por definir me queda.

Que se engrandezca mi pueblo,
que vuelva a ser como era,
que broten los manantiales
a raudales y con fuerza.

Que el río siga su cauce
con agua clara y serena,
para que riegue los campos
y sea fértil la tierra.

Al pueblo donde nací
yo le dedico este canto
como prueba filial
de haberle querido tanto.

Melitona García.