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BERNUY DE COCA: PEDRO I DE CASTILLA Y LEON...

PEDRO I DE CASTILLA Y LEON

Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla1 desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte.

El reinado de Pedro fue fructífero para las artes y las letras. Por orden suya se erigió el palacio mudéjar que lleva su nombre sobre los restos del alcázar de Sevilla, palacio de los antiguos reyes musulmanes. Existe la leyenda de que en el pavimento del alcázar quedó indeleble sobre un mármol de rojizas vetas la sangre de Fadrique.

En Toledo y en otras muchas partes defendieron los judíos decididamente la causa de Pedro. Éste los protegió sin vacilaciones y trabó amistad con varios de ellos. Tal fue el caso del rabino Sem Tob, también llamado don Santos, natural de Carrión, quien escribió un poema titulado Consejos et documentos al rey don Pedro. Los cronistas contemporáneos de Pedro lo calificaron de el Cruel; pero en los siglos XVII y XVIII aparecieron defensores, e incluso apologistas, que lo apellidaron el Justiciero. Así lo hicieron, en el siglo XVII, el conde de la Roca, en su obra titulada El rey don Pedro defendido; y en el XVIII José Ledo del Pozo, catedrático de Valladolid.

La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza, por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. La poesía, alimentada de las tradiciones populares, representó mayoritariamente al monarca con el carácter de justiciero.

Es importante recordar que su fama de cruel es consecuencia de cuanto expresa Pedro López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, escrita durante el reinado de su enemigo y sucesor, Enrique II, a cuyo servicio trabajaba este canciller. La opinión actual, generalizada entre los historiadores, es que Pedro I de Castilla no fue más ni menos cruel que sus coetáneos.