Este bonito rincón, cauce a cielo abierto entonces del "Regato", me trae a la memoria dos feroces luchas, por celos, que se dieron en sus inmediaciones.
El escenario esta muy cambiado. No existía entonces la construcción que alberga la actual panadería. Su solar era un huerto. Tampoco la casa ruinosa frente a ella, que era otro huerto.
Tampoco la casa del arco y sus linderas. Por aquí estaba la vivienda de Tío Juan el Herrero, al fondo de de su correspondiente huerto. Al menor de sus hijos, que era de mi edad, por su escasa estatura lo llamábamos Chapete, como al personaje del Pinocho, que en versión de los Cuentos de Calleja en Colores leíamos en la escuela. Emigraron a Extremadura y parece que llegado a la edad del crecimiento nuestro Chapete adquirió una estatura normal.
Pero volvamos a las peleas. Una fue humana, la otra animal.
Dos furiosos novillos se enzarzaron una tarde al volver del campo, por encima de la hoy panadería, en una prolongada y feroz lucha por la primacía en la Boyada. Por más que hicieron varios hombres por separarlos, ni con palos, ni con picas lo lograron. Estuvieron acometiéndose, trabados por los cuernos, empujándose y retrocediendo, posiblemente más de una hora. Yo los contemplaba a distancia con los ojos desorbitados. No recuerdo como terminó la pelea. Posiblemente por cansancio y desistimiento del más débil, como suelen terminar estas peleas entre animales machos.
La segunda pelea fue entre dos bandos de dos mozos, ambos pretendientes de la misma garrida moza.
Tuvo lugar de noche, justamente en el espacio libre de este rincón hasta la fuente actual. Yo estaba ya acostado pero a través de la ventana de nuestra casa llegaban claras las voces, los golpes de cayados y de palos que durante una larga hora o más duró la pelea.
Por discreción callo los nombres de la moza y los pretendientes. Viven bastantes de sus hijos y nietos.
Uno de ellos, el finalmente aceptado por la novia, tenía de su parte a más de algún hermano y otros parientes, al hermano de la pretendida novia. Posiblemente fue él quien inclinó la balanza. Murió en la guerra.
El otro tenía otros tres hermanos de su parte y también numerosos pacientes. A la mañana siguiente acudí al escenario del suceso. Estaba convertido en un inmundo lodazal, lleno de huellas de abarcas, el calzado usual entonces, y restos de palos y cayados.
También el pretendiente rechazado tuvo un buen matrimonio y llegó a una situación personal boyante.
El escenario esta muy cambiado. No existía entonces la construcción que alberga la actual panadería. Su solar era un huerto. Tampoco la casa ruinosa frente a ella, que era otro huerto.
Tampoco la casa del arco y sus linderas. Por aquí estaba la vivienda de Tío Juan el Herrero, al fondo de de su correspondiente huerto. Al menor de sus hijos, que era de mi edad, por su escasa estatura lo llamábamos Chapete, como al personaje del Pinocho, que en versión de los Cuentos de Calleja en Colores leíamos en la escuela. Emigraron a Extremadura y parece que llegado a la edad del crecimiento nuestro Chapete adquirió una estatura normal.
Pero volvamos a las peleas. Una fue humana, la otra animal.
Dos furiosos novillos se enzarzaron una tarde al volver del campo, por encima de la hoy panadería, en una prolongada y feroz lucha por la primacía en la Boyada. Por más que hicieron varios hombres por separarlos, ni con palos, ni con picas lo lograron. Estuvieron acometiéndose, trabados por los cuernos, empujándose y retrocediendo, posiblemente más de una hora. Yo los contemplaba a distancia con los ojos desorbitados. No recuerdo como terminó la pelea. Posiblemente por cansancio y desistimiento del más débil, como suelen terminar estas peleas entre animales machos.
La segunda pelea fue entre dos bandos de dos mozos, ambos pretendientes de la misma garrida moza.
Tuvo lugar de noche, justamente en el espacio libre de este rincón hasta la fuente actual. Yo estaba ya acostado pero a través de la ventana de nuestra casa llegaban claras las voces, los golpes de cayados y de palos que durante una larga hora o más duró la pelea.
Por discreción callo los nombres de la moza y los pretendientes. Viven bastantes de sus hijos y nietos.
Uno de ellos, el finalmente aceptado por la novia, tenía de su parte a más de algún hermano y otros parientes, al hermano de la pretendida novia. Posiblemente fue él quien inclinó la balanza. Murió en la guerra.
El otro tenía otros tres hermanos de su parte y también numerosos pacientes. A la mañana siguiente acudí al escenario del suceso. Estaba convertido en un inmundo lodazal, lleno de huellas de abarcas, el calzado usual entonces, y restos de palos y cayados.
También el pretendiente rechazado tuvo un buen matrimonio y llegó a una situación personal boyante.
