Que bonito es que las autoridades dedicaran
placas conmemorativas a los maestros rurales que en tiempos tan difíciles enseñaban en los
pueblos de aquella
España analfabeta y caciquil, en la que en muchos lugares no habían tenido nunca a nadie que enseñara a leer y a escribir, o como se solía decir, las cuatro reglas, a los niños y mayores. Era el reconocimiento, no solamente a aquellos pioneros que pasando necesidades enseñaban en los
pueblo, también a una incipiente conciencia de que sin educación
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