«LES IBAN CANTANDO EL ENTIERRO»
Hemos llegado al Pedroso de la Armuña y ni una brizna de viento alivia el calor despiadado, seco; tampoco alivió, el 9 de agosto de 1936, la espera de Valentin Póveda Gallego, Paulino Póveda Gallego, Salvador González Gómez, Agustín González Herrero, José Caballero, Manuel Martín y Simón Rodríguez. A los cuatro primeros los asesinaron en el monte de La Orbada; el resto cayó en la Fuente de la Platina, junto a las tapias del cementerio de Salamanca. No tuvo mejor suerte Manuel Herrero, fusilado tras un conciso juicio de un tribunal militar. Los crímenes de estos ocho hombres se reducían a su condición de izquierdistas; en El Pedroso ni siquiera había habido enfrentamientos sociales graves, pero el 8 de agosto una mano misteriosa empuñó una pistola y disparó al aire; el 9 llegaban los falangistas.
Todo el pueblo sabe que quienes llamaron a los asesinos fueron Don Manuel, cura párroco; Marcelino García, que hasta hace poco tiempo fue alcalde; Agustín Franco y Emilio Martín.
- Don Manuel, el cura -asegura la viuda de José Caballero- fue una piel de las malas, fue el peor; ahora vive en Salamanca y dice misa en la iglesia de San Juan Bautista.
El escritor Agustín Salgado, que próximamente publicará su novela «La Grama» sobre los asesinatos del Pedroso, nos explica:
-En efecto, la responsabilidad de don Manuel fue enorme: él llamó a los falangistas y él confesó o trató de confesar a los ocho detenidos... Si, eran nueve que iban a llevarse el primer día, pero a última hora y gracias a las influencias de uno de la CEDA, dejaron libre a don José, el médico, que asi logró salvar su vida... Ahora el cura niega que confesase a aquellos hombres, dice que él no sabia que los fueran a fusilar pero, aún asi, le queda la responsabilidad de no haber impedido que se los llevaran. En otros pueblos, los menos desgraciadamente, el cura se opuso a los falangistas y allí nada ocurrió.
-El dia nueve -continúa la viuda de José Caballero- se nos dijo que nadie saliera de sus casas... Si, dieron un pregón antes de la amanecida y ya a las 9 de la mañana vinieron a buscar a mi marido. Armaron mucho alboroto y mi hijo, que era un niño, empezó a llorar y al padre le dieron una patada tremenda porque les dijo que no asustaran al niño. Despues se lo llevaron al ayuntamiento y allí lo tuvieron todo el día hasta que lo montaron en un camión... No, a mi José no Io mataron en La Orbada porque ellos mismos hicieron dos grupos: los que fusilaron inmediatamente y los que debían ir a la cárcel de Salamanca. Al llegar a Salamanca , tuvieron la desgracia de ser entregados a uno que IIamaban el Capitán Centellas y que era el padre de Don Manuel, el cura de aqui -en este punto no me acuerdo sobre si se trata del padre o del hermano- y el canalla dijo: «¿A qué me traes carne viva?». Aquella misma noche los asesinaron. Cuando nos enteramos, hacia dos dias que estaban muertos y los habían dejado sin sepultura: fue horrible despues de muertos les habían pasado un camión por encima... Yo vi las marcas de las ruedas en el pantalón de mi José...
La viuda de Salvador González, Rosaura Gómez, le pregunta a su hijo Luis, que nos acompaña, si no les harán nada por contar «aquello». Luis la tranquiliza y la señora Rosaura apenas coge su pañuelo porque sabe que de «aquello» no se puede hablar sin que las lágrimas le acudan a los ojos:
-A Salvador lo vinieron a buscar, a las diez de la mañana los falangistas y dos de la «guardia cívica» del pueblo... ¡Ya lo creo que recuerdo sus nombres: Segundo Rodríguez y Emilio Martín, que ahora se ha retirado de sargento de la Guardia Civil Total que se lo llevaron al ayuntamiento para interrogarle pero no encontraron como encausarle. Salvador nada habia hecho y le dejaron en libertad; pero al cruzar la plaza se topó con dos del pueblo que dijeron a los falangistas que a que soltaban a «ése, que es de los peores» y le volvieron a detener...
¿Los dos de la plaza? Si, eran el Baltasar García y el Teodoro Rodríguez... Si, logré verle; le llevé algo de dinero, un papel y un lapicero, para que me escribiera desde donde fuera a estar, y café. No quiso el café y se abrazó de mi y del niño éste -señala a su hijo Luis- que tenia nueve meses. Por la tarde los subieron a un camión, atados, y ya en el camión les cantaban el entierro... Si, si, los falangistas se reían de ellos y les cantaban el «réquiem», pobrecillos. El resto ya lo sabe: los asesinaron al borde de un camino...No, no acabó la cosa con estos asesinatos, que luego se llevaron también al Manuel Herrero; y a varias hijas de los fusilados las raparon y las hacian cantar el «caralsol»; lo mismo que a la viuda de Manuel Martín, que un día le cambiaba los panales a su hijo y decia en voz alta: «¡Que por cuatro sinvergüenzas te tengas que ver tú asi!» y se la llevaron al ayuntamiento y la ataron a una columna y tuvo que ir su padre a ponerse de rodillas para que la soltaran, pues tenia que dar el pecho al niño...
Hemos llegado al Pedroso de la Armuña y ni una brizna de viento alivia el calor despiadado, seco; tampoco alivió, el 9 de agosto de 1936, la espera de Valentin Póveda Gallego, Paulino Póveda Gallego, Salvador González Gómez, Agustín González Herrero, José Caballero, Manuel Martín y Simón Rodríguez. A los cuatro primeros los asesinaron en el monte de La Orbada; el resto cayó en la Fuente de la Platina, junto a las tapias del cementerio de Salamanca. No tuvo mejor suerte Manuel Herrero, fusilado tras un conciso juicio de un tribunal militar. Los crímenes de estos ocho hombres se reducían a su condición de izquierdistas; en El Pedroso ni siquiera había habido enfrentamientos sociales graves, pero el 8 de agosto una mano misteriosa empuñó una pistola y disparó al aire; el 9 llegaban los falangistas.
Todo el pueblo sabe que quienes llamaron a los asesinos fueron Don Manuel, cura párroco; Marcelino García, que hasta hace poco tiempo fue alcalde; Agustín Franco y Emilio Martín.
- Don Manuel, el cura -asegura la viuda de José Caballero- fue una piel de las malas, fue el peor; ahora vive en Salamanca y dice misa en la iglesia de San Juan Bautista.
El escritor Agustín Salgado, que próximamente publicará su novela «La Grama» sobre los asesinatos del Pedroso, nos explica:
-En efecto, la responsabilidad de don Manuel fue enorme: él llamó a los falangistas y él confesó o trató de confesar a los ocho detenidos... Si, eran nueve que iban a llevarse el primer día, pero a última hora y gracias a las influencias de uno de la CEDA, dejaron libre a don José, el médico, que asi logró salvar su vida... Ahora el cura niega que confesase a aquellos hombres, dice que él no sabia que los fueran a fusilar pero, aún asi, le queda la responsabilidad de no haber impedido que se los llevaran. En otros pueblos, los menos desgraciadamente, el cura se opuso a los falangistas y allí nada ocurrió.
-El dia nueve -continúa la viuda de José Caballero- se nos dijo que nadie saliera de sus casas... Si, dieron un pregón antes de la amanecida y ya a las 9 de la mañana vinieron a buscar a mi marido. Armaron mucho alboroto y mi hijo, que era un niño, empezó a llorar y al padre le dieron una patada tremenda porque les dijo que no asustaran al niño. Despues se lo llevaron al ayuntamiento y allí lo tuvieron todo el día hasta que lo montaron en un camión... No, a mi José no Io mataron en La Orbada porque ellos mismos hicieron dos grupos: los que fusilaron inmediatamente y los que debían ir a la cárcel de Salamanca. Al llegar a Salamanca , tuvieron la desgracia de ser entregados a uno que IIamaban el Capitán Centellas y que era el padre de Don Manuel, el cura de aqui -en este punto no me acuerdo sobre si se trata del padre o del hermano- y el canalla dijo: «¿A qué me traes carne viva?». Aquella misma noche los asesinaron. Cuando nos enteramos, hacia dos dias que estaban muertos y los habían dejado sin sepultura: fue horrible despues de muertos les habían pasado un camión por encima... Yo vi las marcas de las ruedas en el pantalón de mi José...
La viuda de Salvador González, Rosaura Gómez, le pregunta a su hijo Luis, que nos acompaña, si no les harán nada por contar «aquello». Luis la tranquiliza y la señora Rosaura apenas coge su pañuelo porque sabe que de «aquello» no se puede hablar sin que las lágrimas le acudan a los ojos:
-A Salvador lo vinieron a buscar, a las diez de la mañana los falangistas y dos de la «guardia cívica» del pueblo... ¡Ya lo creo que recuerdo sus nombres: Segundo Rodríguez y Emilio Martín, que ahora se ha retirado de sargento de la Guardia Civil Total que se lo llevaron al ayuntamiento para interrogarle pero no encontraron como encausarle. Salvador nada habia hecho y le dejaron en libertad; pero al cruzar la plaza se topó con dos del pueblo que dijeron a los falangistas que a que soltaban a «ése, que es de los peores» y le volvieron a detener...
¿Los dos de la plaza? Si, eran el Baltasar García y el Teodoro Rodríguez... Si, logré verle; le llevé algo de dinero, un papel y un lapicero, para que me escribiera desde donde fuera a estar, y café. No quiso el café y se abrazó de mi y del niño éste -señala a su hijo Luis- que tenia nueve meses. Por la tarde los subieron a un camión, atados, y ya en el camión les cantaban el entierro... Si, si, los falangistas se reían de ellos y les cantaban el «réquiem», pobrecillos. El resto ya lo sabe: los asesinaron al borde de un camino...No, no acabó la cosa con estos asesinatos, que luego se llevaron también al Manuel Herrero; y a varias hijas de los fusilados las raparon y las hacian cantar el «caralsol»; lo mismo que a la viuda de Manuel Martín, que un día le cambiaba los panales a su hijo y decia en voz alta: «¡Que por cuatro sinvergüenzas te tengas que ver tú asi!» y se la llevaron al ayuntamiento y la ataron a una columna y tuvo que ir su padre a ponerse de rodillas para que la soltaran, pues tenia que dar el pecho al niño...