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ALDEASECA DE LA FRONTERA: ¿No te parece, José Emilio, que, además de recoger...

¿No te parece, José Emilio, que, además de recoger todo lo que se está escribiendo sobre los juegos de Aldeaseca, sería interesante que también se escribiera sobre las tradiciones y costumbres que había en Aldeaseca a lo largo del año -y más ahora que está empezando este año-, no con el fin de recuperarlas (lo que es imposible), sino de recopilarlas?
Hace unos días fue San Antón. En los años cincuenta era una de las fiestas más importantes del invierno. Quería haber escrito el pasado fin de semana sobre esta tradición, pero no pude hacerlo por motivos familiares: la muerte y el entierro de mi tío Melo en esos días. Descansa en paz, Melo, después de una vida de tanto y tantos trabajos. ¿Cuándo tuviste un día libre, un rato de ocio? Ya sé..., cuando dejaste de trabajar. Pero, claro, dejaste de trabajar cuando tu desgastado corazón (el que resistió hasta el final y no fue precisamente la causa última de la muerte) ya no te dejaba hacer nada. Aprovecho también para dar mi pésame a los familiares de los otros dos difuntos de esos mismos días, la madre de Julián y Pedrito.
Bien, pues, como decía, la fiesta de San Antón era importante en Aldeaseca. Las mulas eran llevadas a la plaza, enfrente de la iglesia, y lucían, junto con las mejores cabezadas y quitaipones, el recién estrenado esquileo, necesario para poder continuar con las labores del campo tras la pausa de los peores días del invierno (si bien, en el camino de ida y vuelta al trabajo o cuando descansaban, se las protegía con aquellas fuertes mantas perfectamente adaptadas a la parte esquilada).
Algunas mulas exhibían unos adornos, en forma de tira oblicua, hechos con aquellas grandes tijeras en sus ancas, y que semejaban una ramita con hojas ovaladas. Eran auténticas obras de arte porque, como toda obra de arte, traslucían belleza. Aunque había otros esquiladores, me acuerdo sobre todo de Resti y del señor Antonino, que tenía que subirse en una de aquellas sillas con el asiento de espadaña para poder llegar con la máquina de esquilar o con las tijeras a la parte más alta de la mula, el cuello y el espinazo. Todavía resuena en mi cerebro aquel característico ruido que hacía la máquina al deslizarse por el costillar de la mula, impulsada por el ágil movimiento de la mano del esquilador sobre la patilla móvil, la derecha, o el fuerte ruido de la hoja curva de las tijeras al chocar contra la hoja plana.
También los muleros lucían sus trajes nuevos (pantalones, chaleco y chaqueta de pana negra) y boina que aún no había perdido su color negro de nueva.
Después de la bendición, se celebraban juegos en la era de La Fuente, como "correr las cintas". Hasta aquí llegan mis recuerdos de la fiesta de San Antón. Quizás otros recuerden más detalles. Jesu