ALDEANUEVA DE FIGUEROA: RECUERDO el “poner en cerro”....

RECUERDO el “poner en cerro”.
Para mí lo más difícil o imposible.
Tras haber arado la tierra con vertedera o con dos yuntas de bueyes tirando de la máquina vertedera, que profundizaba mucho más y sacaba arriba el barro.
Como la tierra quedaba llana o plana, con el arado romano, con sus orejeros/orejeras, había que hacer los cerros. Naturalmente rectos. El peor era el primero, porque no tenías referencia alguna.
Si había quedado con muchos terrones era necesario pasar la rastra, ligera si era tirada por la burra o más pesada si era tirada por los bueyes, para despanzurrar los terrones.
Ir por el camino con la rastra de los bueyes no era problema, porque iba encima del yugo el grueso de la rastra, sujetada por la mancera para que no se deslizara, y arrastrando el timón.
Pero si era la rastra de la burra, como muchos caminos estaban rodeados a ambos lados por montículos, había que levantar la rastra con unos palos, atados a la rastra.

Se solía utilizar, para poner en cerro, el truco de ir señalando, con terrones, en línea recta, de punta a punta de la tierra, para luego ir, exactamente, sin desviarse, tirándolos, sirviéndote de guía.
Si el primero salía bien, recto, los restantes ya eran más fáciles, al tener de referencia el anterior e ir un buey por el valle ya hecho.
Otro desdoro para el labrador si le salían los cerros torcidos, “camas para las liebres”.

RECUERDO cómo se unía el yugo al carro, con el sobeo, de soga gorda o de coyunda y cómo se uncían los bueyes al yugo, tanto al del carro como al de arar.
Una técnica que, bien pensada, era perfecta. A mí se me daba bien.
A veces, para espantarles a los bueyes las moscas, bajo la coyunda se ponía una melena o también, unas matas de ajunjeras.
Daba pena ver cómo los tabarrones se clavaban en la miel del animal, chupando sangre.

RECUERDO, cómo no, el abaleo de las mujeres con las escobas de ajunjeras cuando ya iba saliendo el muelo en la parva, para ir retirando las granzas. Las mujeres se enfadaban cuando la impericia de quien quería “sacar el muelo” echaba paja sin limpiar.
Los bieldos para “sacar el muelo” disponían de una chapa en su parte superior, que facilitaba entrar en contacto sólo con el grano.
Igualmente había que abalear cuando se cribaba el muelo alargado para juntarlo en forma de cono.
Había las cribas de metal, con orificios cuadrados o redondos, para los distintos granos, y las hechas de piel, perforadas con agujeros más o menos gruesos.
Según se iba echando hacia arriba, con la pala de madera, a la misma punta del cono, para que se limpiase al mismo tiempo iban saliendo más granzas, que había que abalear

Cuando se acababa el verano, lo último que se hacía era trillas las granzas.
Volvía a limpiarse (aventarse) y las que quedaban, todavía, se les echaba a las gallinas, encargadas de estitarlas.

Y RECUERDO el “sacar las redes”. La puja de los labradores para que las ovejas del espigaderos fueran a dormir a sus tierras, para estercarlas, con su caca y, sobre todo, su orín.
Era, junto con la basura de los muladares, el otro abono natural.

Se “tocaba a concejo” después de la misa del domingo y tras preguntarle al pastor por qué parte del término municipal iba a llevar su ganado la próxima semana, los labradores estaban o no estaban interesados.
Como hubiera dos o tres interesados la puja subía y subía. Si no, se sacaban baratas.
El alguacil anotaba el ganador y la tierra a la que tenían que ir.
Había que recoger los cañizos de donde estaban y llevarlos a la tierra. También el bardo del pastor.
Éste se encargaba, luego de levantarlos, y formar la corraliza que, cada día, iba cambiando de lugar.
Y bien que se notaba, cuando salía la mies, los lugares en los que había orín de las ovejas.

No se pagaba al contado, sino que se hacían cuentas cuando, al acabar el espigadero y las ovejas volviesen a su lugar de origen, se hiciera el reparto de lo que el ganadero había pagado por los espigaderos, la parte proporcional que le correspondía por la cantidad de huebras que tenía y lo que había que restarle de las “redes sacadas”.

RECUERDO mis dolores, sobre todo de riñones, en verano porque yo era estudiante y, en esa actividad, se hacen esfuerzos intelectuales, pero no físicos o corporales.
Segar, coger lentejas, coger algarrobas y, sobre todo, los garbanzos, ¡qué dolor de riñones de alguien (yo) que no estaba capeado, zurrado durante todo el año.

RECUERDO las historias que mi padre me contaba de lo que había pasado durante la guerra, desde Extremadura hasta Lérida (“echando a los rojos republicanos”) pasando por Madrid y Zaragoza.
Y el remordimiento que tengo, todavía, de no haber grabado todas aquellas conversaciones y poder escribir cómo vivió la guerra un soldado de a pie.

RECUERDO a mi abuela, analfabeta, que apenas sabía escribir su nombre y que cuando me preguntaba cuanta cebada habíamos cogido, y le decía 108 fanegas y está a 3,48 pesetas el kilo. Cuando se acostaba enchufaba su calculadora mental y, nada más levantarme me día: son tantos duros, tantas pesetas y tantos céntimos. Y cuando yo cogía lápiz y pluma y calculaba, podía comprobar que, si no había dado con la respuesta correcta, eran sólo céntimos la diferencia o el error de cálculo.

RECUERDO cómo por las tardes-noche mi padre aguzaba las navajas, cuchillos, hoces,… en las piedras del dintel de la puerta del pajar o del corra