ALDEANUEVA DE FIGUEROA: Las eras, circunvalando el pueblo, son de propiedad...

Las eras, circunvalando el pueblo, son de propiedad comunal. Alguna había privada, como la era de Las Alambres, de las que una tercera parte era propiedad nuestra, casi en la mitad del pueblo, pero que esa ventaja de cercanía conllevaba la desventaja de la ausencia de aire para poder aventar o “limpiar”.
Antes de comenzar el verano, en domingo, a la salida de la misa, se sorteaban las “suertes” que eran de distinta superficie según las huebras o fanegas que se poseían. No podía ser la misma para quien sólo tenía una parejita de burros como para mi padre, que tenía dos yuntas de bueyes, tenía más bálago y no le cabría en ese espacio.

Cada vecino tenía asignada su “suerte”. De una bolsa de tela iban sacándose sucesivamente y el alguacil, bien con una piedra (siempre peligrosa, porque, interesadamente, uno podía correrla hacia un lado o hacia otro, para disponer de más espacio) bien con una azuela señalando las azadas en el suelo.

Siempre, todos los años, había discusiones de que tú te has metido en mi suerte o eras tú el que te habías metido. Y ya se sabe que el carácter de los españoles comienza discutiendo y acaba a palos.

Podían hacerse intercambios para que la era estuviera más cerca de la casa y, así, poder vigilarla desde ella.

Los primeros acarreos siempre eran de las herbáceas (algarrobas, arritas, yeros, lentejas, garbanzos…), que eran las primeras que llegaban a sazón.
Se desparramaban en forma circular y sobre ellas comenzaría la trilla.

Las trillas, antes de ser usadas, debían ser repasadas de la ausencia de “chinas” del año anterior.
Las “chinas” son piedrecillas cortantes, lascas de sílex o pedernal
Llegaban los “enchinadores” o “empedradores”, se ajustaba el precio según la mayor o menor necesidad de “chinas” y, tras darle la vuelta, comenzaría la operación de “enchinar”.
Con una bolsa de color negro y un martillo iba el “enchinador” clavando las “chinas” hasta no dejar una hendidura libre, vacía. Luego llenaba de agua la trilla enchinada para que se hinchara y quedaran bien sujetas las chinas.

Las trillas son un armazón de madera, de varias tablas gruesas, curvadas hacia arriba en la parte delantera para poder pasar, sin atascarse, por encima del bálago, de la mies.

También solían llevar sierras metálicas, que mi padre afilaba todos los años, antes de la trilla, provisto de un triángulo (lima de hierro de forma triangular).
Igualmente, algunas llevaban cuatro ruedas, una en cada uno de los vértices de la trilla.
Así, cuando una yunta se salía de la parva, en vez de ir raspando las chinas sobre el suelo, con el riesgo de que muchas se arrancasen, iba apoyada en las cuatro ruedas.

La trilla más pesada era la de los bueyes, luego la de las vacas y las más ligeras la de los burros o “paraísos” (“para” (vaca) y “so” (burro/a).
También las había individuales, para una sola mula o caballo y, en este caso, la manera de tiro era distinta.
La de los bueyes era un cambizo o timón, que unía el barzón del yugo con la trilla y que tenía varios agujeros para alargarlo o recortarlo, con ayuda de la clavija.
El engarce con la trilla era a través del “bulón”, garfio de hierro, fijo, en el centro delantero de la trilla.
Como era recto y la parva en círculo, lo normal era que el animal interior de la yunta se rozase e hiciese sangre en la pata derecha, a la altura de la rodilla, a la que acudían las moscas.

Subido en la trilla, el “trillique”, que podía ser cualquiera de la familia si no tenían que realizar funciones de más esfuerzo, de pie o sentado en una silla baja de anea o en un saco de paja a medio llenar, iba el trillique, con la vara y su aguijón para estimular a los animales y, sobre todo en las yuntas de vacas y burros (también de algunos bueyes, sobre todo los recién domados) y con los ramales de la mano, para dirigir hacia la izquierda o hacia la derecha la yunta y la trilla.
Los cordeles o ramales se engarzaban en el cuerno del animal bovino y se le rodeaba la oreja, que era la que, al dolerle, obedecía, o en la cabezada del mular y asnal.
¡Cuántas horas, sentados, con un sombrero de paja para amortiguar el calor (porque cuanto más calor, mejor para trillar) no nos tiraríamos los chiquillos en el trillo ¡

En una parva solían estar dos yuntas, caminando en sentido contrario, a veces con bozal, para que no comiesen de la parva, pero a veces iban sin él, por lo que ya quedaban comidos y/o cenados.

Pero la mies había que “tornarla”, darle la vuelta para que toda ella quedase trillada.
Esta labor se hacía, en la primera tornadura (la más pesada) con horcas de dos garfios, de hierro o de madera. Las restantes (otras tres o cuatro) con las horcas de madera de cuatro, cinco, incluso seis garfios.
Cuando se puso de moda la máquina de tornar, con sus tres ganchos, alternativamente levantando uno u otro la mies, como era en la primera tornadura, quitaba bastante trabajo.
Íbamos en fila, echando en el descubierto que hacia el primero, la tornadura del segundo, y en la de éste la del tercero,…

También había que estar atentos a cuando el animal se ponía a cagar. Tenías que ponerle debajo del culo una pala o una canasta, desechada de la vendimia, y soltar la mierda en el cagadero (montón de caca) que luego, por la noche se la llevaba a las gallinas, pues tenía bastante grano que ellas iban escarbando.
Lo que más rabia daba era cuando ibas medio dormido, el animal cagando y, luego, tener que ir recogiéndolo.

Algo que sentaba muy mal era cuando llovía. Se soltaban las yuntas, porque con el bálago mojado la trilla es imposible, y se iba uno para casa.
Cuando ya dejaba de llover había que dejar que se secara el solero (el suelo de la parva) por lo que se hacían como grandes cerros con la mies, dejando al descubierto el solero, que se barría para que no quedase prendido el grano. Y cuando ese solero ya estaba seco, se hacía lo contrario. Sobre lo seco se ponía el “cerro de mies” y se dejaba secar lo antes cubierto, repitiendo la operación.

Cuando ya estaba bien trillado era la hora de “cambizar” y levantar la parva.
Se soltaba la trilla y se cogía la cambiza y se iba amontonando, en forma de montaña.
Mientras unos (generalmente las mujeres) barrían el solero, sobre todo si sobre él iba a trillarse otro tipo de mies, primeramente eran las escobas, pero, poco a poco fueron imponiéndose los escobones, más cómodos y más útiles, al no tener que estar agachados, por el mango de madera de que estaban provistos y porque, al ser más grandes, se avanzaba mucho más en el barrido. Mientras otro, con el rallo, iba acercando lo rallado a la parva que estaba levantándola mi padre o yo.

Era un desdoro, una vergüenza y motivo de crítica, por parte de los vecinos de era, si no te quedaba perfectamente recta.
Subido en la cresta de la parva, con la horca entre las manos, ibas avanzando sobre la parva para apretarla más y que no pariera la parva.
Y ya quedaba lista para la siguiente faena.

La Limpia o Aventar.

P. D. Eso sí. El que se retrasaba en el verano estaba mal visto y eso era lo que hacían las “quitameriendas”, unas flores de color morado, que salían en las eras y significaba, en el lenguaje agrícola, el insulto de “vagos o distraídos”.

P. D. Si seríamos “míseros” que viniendo montado en el burro, si veías cuatro espigas, sujetas en una zarza del camino, por haberla rozado un carro cargado de bálago, te bajabas, las cogías y. al llegar a casa, se las echabas a las gallinas, con tu conciencia calmada.

P. D. Si seríamos desconfiados que, cuando estaba el muelo en la era no lo dejábamos solo, abandonado, sino que íbamos a dormir a la era, para cuidarlo y que nadie nos robase, extendiendo una manta sobre unas pajas y tapándose con otra. A veces te picaban los violos o biolos, una especie de moscardón, pero muy grandes. Se aprovechaba la ocasión, en la nocturnidad, para hacerle picardías a alguno, cuando ya estaba dormido. Consistía en echarle en la cara “unte” de carro, pero gota a gota, por lo que el dormido, se refregaba con la mano, poniéndose la cara como un “santocristo”