MIS RECUERDOS
Urgando en el pasado, en la sencilla vida de los habitantes de mi pueblo, me viene a la memoria la pequeña historia del pueblo de ya aquellos lejanos días.
La vida en Valcabadillo, como en tantos pueblos de la España rural, era una mezcla de esfuerzo, imaginación y sentido del humor. Aunque las condiciones eran duras, la gente sabía encontrar en lo cotidiano, motivos para sonreír y seguir adelante siempre con la ayuda de los vecinos y en muchos casos, la complicidad de los pueblos cercanos.
Las sencillas gentes de Valcabadillo —y del medio rural en general— trataban de vivir lo mejor posible, intentando sacar de cada hora de su vida modesta y trabajadora lo mínimo y necesario para mantener la dignidad y no perder la sonrisa. Incluso había algunos vecinos que se inventaban lo que hiciera falta con tal de conseguir unas perrillas de más que aliviasen un poco el día a día.
En Valcabadillo, había dos personajes que, con imaginación y cierta dedicación, aprovechaban sus ratos libres para entregarse a oficios tradicionales: “uno hacía cestos y el otro, escobas”.
Los famosos "cestos", trenzados con el mimbre que crecían en las orillas del río Carrión, servían para todo: desde recoger las patatas del Valle de las Fuentes, transportar la paja de centeno para alimentar a las vacas… "Las escobas", por su parte, se fabricaban con una especie de argoma conocida como “codejo”, que se recogía en las lindes de las tierras o en fincas abandonadas. Con esas escobas se barrían las eras en verano, las cuadras durante todo el año y los patios donde se hacía la vida al aire libre.
Para estos agricultores, sus artesanías no eran sólo un pasatiempo: les permitían ganar unas perras extras cada martes en el mercadillo de Saldaña, el pueblo cabecera de la comarca. Ese dinerillo, era fundamental para complementar su economía familiar y comprar lo básico: algo de ropa, zapatos, utensilios, azúcar, aceite... Y también, claro, para sacar adelante a una prole normalmente numerosa.
Aquellos humildes oficios, que tanto ayudaban a estas familias, no pasaban desapercibidos entre los vecinos de los pueblos cercanos... Siempre surgían comentarios chispeantes y pícaros, cargados de esa sorna tan nuestra, tan propia de los habitantes del norte palentino que nos caracteriza. Fue así como a Valcabadillo empezaron a llamarlo, entre risas, "el pueblo de la industria", pues contaba con ni más ni menos que dos fábricas: una de cestos y otra de escobas… Tócate los pies.
Con el paso del tiempo y a pesar de la sorna y el posible cachondeo, los cestos y las escobas siguen siendo símbolos de una época en la que la vida rural se sostenía gracias al trabajo, la creatividad y la ayuda mutua. Hoy, aunque muchas cosas han cambiado, el recuerdo de aquellos tiempos, de aquellas personas y de aquellos oficios, sigue presente en la memoria de quienes los vivieron y en la sonrisa de quienes los recuerdan… Así, Valcabadillo y tantos otros pueblos de la España rural continúan siendo ejemplo de resistencia, ingenio y una capacidad única para encontrar motivos para sonreír, incluso en los momentos más difíciles.
Así era la vida en Valcabadillo y en toda la zona colindante: sencilla, dura, pero también ingeniosa y rebosante de humanidad. Donde el esfuerzo y la imaginación se aliaban con el buen humor y la solidaridad de siempre, para hacer cada jornada más llevadera. Valcabadillo, como tantos pueblos de la España rural, sigue vivo en el recuerdo por su humanidad, su capacidad de sonreír en la dificultad y su ingeniosa manera de convertir lo cotidiano en motivo de orgullo colectivo.
JMGG
Urgando en el pasado, en la sencilla vida de los habitantes de mi pueblo, me viene a la memoria la pequeña historia del pueblo de ya aquellos lejanos días.
La vida en Valcabadillo, como en tantos pueblos de la España rural, era una mezcla de esfuerzo, imaginación y sentido del humor. Aunque las condiciones eran duras, la gente sabía encontrar en lo cotidiano, motivos para sonreír y seguir adelante siempre con la ayuda de los vecinos y en muchos casos, la complicidad de los pueblos cercanos.
Las sencillas gentes de Valcabadillo —y del medio rural en general— trataban de vivir lo mejor posible, intentando sacar de cada hora de su vida modesta y trabajadora lo mínimo y necesario para mantener la dignidad y no perder la sonrisa. Incluso había algunos vecinos que se inventaban lo que hiciera falta con tal de conseguir unas perrillas de más que aliviasen un poco el día a día.
En Valcabadillo, había dos personajes que, con imaginación y cierta dedicación, aprovechaban sus ratos libres para entregarse a oficios tradicionales: “uno hacía cestos y el otro, escobas”.
Los famosos "cestos", trenzados con el mimbre que crecían en las orillas del río Carrión, servían para todo: desde recoger las patatas del Valle de las Fuentes, transportar la paja de centeno para alimentar a las vacas… "Las escobas", por su parte, se fabricaban con una especie de argoma conocida como “codejo”, que se recogía en las lindes de las tierras o en fincas abandonadas. Con esas escobas se barrían las eras en verano, las cuadras durante todo el año y los patios donde se hacía la vida al aire libre.
Para estos agricultores, sus artesanías no eran sólo un pasatiempo: les permitían ganar unas perras extras cada martes en el mercadillo de Saldaña, el pueblo cabecera de la comarca. Ese dinerillo, era fundamental para complementar su economía familiar y comprar lo básico: algo de ropa, zapatos, utensilios, azúcar, aceite... Y también, claro, para sacar adelante a una prole normalmente numerosa.
Aquellos humildes oficios, que tanto ayudaban a estas familias, no pasaban desapercibidos entre los vecinos de los pueblos cercanos... Siempre surgían comentarios chispeantes y pícaros, cargados de esa sorna tan nuestra, tan propia de los habitantes del norte palentino que nos caracteriza. Fue así como a Valcabadillo empezaron a llamarlo, entre risas, "el pueblo de la industria", pues contaba con ni más ni menos que dos fábricas: una de cestos y otra de escobas… Tócate los pies.
Con el paso del tiempo y a pesar de la sorna y el posible cachondeo, los cestos y las escobas siguen siendo símbolos de una época en la que la vida rural se sostenía gracias al trabajo, la creatividad y la ayuda mutua. Hoy, aunque muchas cosas han cambiado, el recuerdo de aquellos tiempos, de aquellas personas y de aquellos oficios, sigue presente en la memoria de quienes los vivieron y en la sonrisa de quienes los recuerdan… Así, Valcabadillo y tantos otros pueblos de la España rural continúan siendo ejemplo de resistencia, ingenio y una capacidad única para encontrar motivos para sonreír, incluso en los momentos más difíciles.
Así era la vida en Valcabadillo y en toda la zona colindante: sencilla, dura, pero también ingeniosa y rebosante de humanidad. Donde el esfuerzo y la imaginación se aliaban con el buen humor y la solidaridad de siempre, para hacer cada jornada más llevadera. Valcabadillo, como tantos pueblos de la España rural, sigue vivo en el recuerdo por su humanidad, su capacidad de sonreír en la dificultad y su ingeniosa manera de convertir lo cotidiano en motivo de orgullo colectivo.
JMGG
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