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La hoja para las ovejas

Como los inviernos eran tan largos y caían unas nevadas tan grandes y tan seguidas, había días que a los animales no se les podía sacar a pastar y claro, otro trabajo que tenían que hacer.
Después de los duros trabajos del verano, no se terminaba ahí. Esto seguía, era el cuento de nunca acabar. Los que teníamos ovejas, otro trabajito más. Se iba al corral a cavar el abono y llevarlo con el carro y la encuarta (pareja de vacas que se las ponía delante, para ayudar a subir el carro hasta el alto) a las tierras del alto para abonar antes de sembrar.
Mi padre se quedaba descargando el carro de abono en morillos y yo bajaba con la encuarta andando hasta el corral y cuando llegaba el carro otra vez a realizar la misma operación. No me gustaba porque tenía que subir y bajar andando pero a la vuelta siempre cogía una rama de amajuetas (espino llamado majueto) y las venía comiendo por el camino y de paso traía otras para los que estaban en el corral cavando y con una buena sudada, que parecerá mentira, pero seguro que tendría una capa de más de medio metro.
Seguidamente, se iba a podar los robles, todavía con las hojas verdes. Se traían al corral, se metían en la corraleta o en la parte del techo entre las vigas, para alimentar las ovejas en el invierno.
Esos días de nevadas y ¡qué nevadas ¡yo iba por las sendas y no veía nada, no sé si porque era pequeña o porque las nevadas que yo recuerdo eran grandes nevadas y ¡qué cillisca ¡que no podían salir a pastar, pudieran comer algo en el corral y también porque era la época en que las ovejas parían y todos las daban un complemento de alimento.
Por la tarde, antes de que vinieran los rebaños, iban al corral, se les colocaba las ramas de hoja en las talanqueras y en las saleras, paja con cebada, por lo menos durante este periodo.
Los hojascos (ramas secas sin la hoja) les traíamos para casa, y los utilizábamos para hacer la lumbre que agradecíamos mucho, porque después de recoger el rebaño, llegábamos la mayoría de las veces mojados y las manos que no las sentíamos.
¡Qué bien lo pasábamos esperando a los rebaños, jugando a esconder alrededor de los corrales ¡No sentíamos el frío hasta que llegábamos a casa con los mocos colgando del frío que hacía. Allí estaban los padres para reñirte y a la vez quietarte los mocos y ponerte al calor con todo el cariño.