El mundo era armónico para Ramón en
aquel momento, hast que en la esquina,
su esquina, la del Payaso Fofó con la
avenida, descubrió entre el público a
las cuatro hembras de sus ojos, que le
saludaban enternecidas,, con esa sonrisa que
se dedica a los niños cuando hacen una
travesura perdonable. A Ramón se le heló
la canción en los labios, pero venció la
ligera incomodidad interior para saludarlas
con su mano-tijera, y volvió a su verdadera
naturaleza, la de huérfano de por vida, hijo
póstumo, niño eterno, aunque a principios
de año fuera a cumplir ya dieciséis años
aquel momento, hast que en la esquina,
su esquina, la del Payaso Fofó con la
avenida, descubrió entre el público a
las cuatro hembras de sus ojos, que le
saludaban enternecidas,, con esa sonrisa que
se dedica a los niños cuando hacen una
travesura perdonable. A Ramón se le heló
la canción en los labios, pero venció la
ligera incomodidad interior para saludarlas
con su mano-tijera, y volvió a su verdadera
naturaleza, la de huérfano de por vida, hijo
póstumo, niño eterno, aunque a principios
de año fuera a cumplir ya dieciséis años