VILLABLINO: I...

I

Laciana sigue siendo
como esa lluvia fina
que llega de la altura,
rozándonos, besándonos, haciéndonos
sentir el beso triste de septiembre.
Y callan los veranos,
y duermen los veranos
soñando cercanías de un otoño
que hiere ya los robles de la zona,
que quiere recobrar su antiguo reino.

II

Y vuelve a ser hermosa
en su melancolía
la luz de los paisajes,
el sol ya derrotado que se aleja
en esos vuelos bajos por el cielo.
Y en esos vuelos bajos,
en esos vuelos tristes,
se advierte la hojarasca malherida,
que llora con tristeza esa derrota
mezquina que tal vez no fuera suya.

III

Tal vez no merecía
dormir el sueño frío,
callado de un ocaso
que ve morir un sol fuerte en agosto,
la llama de alegría de otro tiempo.
Y en unos días solo
sabemos que las nieves
serán la certidumbre de otros meses,
pues ya comienza el curso, y los muchachos
no quieren olvidar sus vacaciones.

IV

Los bellos veraneos
también nos permitieron
amar otra Laciana.
Y sé que en Villablino son hermosos
los robles de los montes que nos miran.
Y sé la indiferencia
del castro que vigila
los pasos de quien sigue su camino,
quizás con el lamento de ese soplo
que hiela lentamente al que pasea.

V

La ruta verde duerme
la siesta del otoño,
la siesta que festeja
quizás una derrota declarada,
pues es una derrota declarada.
Y el canto del riachuelo
nos habla, con sus aguas
manchadas por la sangre y por el oro,
de aquellas viejas guerras contra Roma,
la Roma que se pierde entre los siglos.

VI

Y el caso es que los siglos
no quieren apurarse,
no saben apurarse
como esa espuma vil, ola con ola,
esas costas mías que están lejos.
Sabed que cada siglo
disfruta enmudeciendo,
guardando ese tesoro del secreto
que siempre los curiosos husmearon,
quién sabe si con buen o mal olfato.

VII

Y perros husmeando
los días del pasado,
las horas arrastradas
por vientos poderosos al vacío,
no pueden alcanzar ese propósito.
Existe algo romántico
quizás en esos robles,
quizás en esos castros de otro tiempo,
quizás en el otoño, en la derrota
febril de ese verano que se apaga.

VIII

Y somos como el mundo
que muestra ese paisaje
de musgos y hojarascas:
un tiempo que se fuga en Villablino,
un viento que se pierde en Villablino.
Y llora cada rama
la pérdida del tiempo,
y el aire se hace triste y nos anuncia
los golpes de un enero endurecido,
los golpes de un invierno desalmado.

IX

Y el golpe del invierno
sacude nuestro rostro
de modo diferente,
pues nunca nos humilla, si nos daña,
rozándonos la piel con su rudeza.
De nuevo cada nube
vendrá con las ventiscas
a darle el verde bello y merecido
del campo de esta tierra que, de nuevo,
podrá resucitar en primavera.

X

Laciana sigue siendo
como esa lluvia fina
que llega de la altura,
rozándonos, besándonos, haciéndonos
sentir el beso triste de septiembre.
Y callan los veranos,
y duermen los veranos
soñando cercanías de un otoño
que hiere ya los robles de la zona,
que quiere recobrar su antiguo reino.

2018-2019 © José Ramón Muñiz Álvarez