VEGA DE GORDON: Sí, por esta calle fue; calle abajo andando iba yo...

Sí, por esta calle fue; calle abajo andando iba yo como casi todas las mañanas de mis veranos en Vega; sin llegar todavía a los 14 años ni levantar todavía mas de metro y un palmo; con mi lecherita de aluminio que la buena abuela Rosaura me había limpiado para que me hecharan aquellos vecinos de la carretera que todavía tenían vacas los 2 litros de cada día. Y justo a la bajera de esa calle, sí, en el cruce con la calle que sube, al filo de las 9 de la mañana me encontré con la hilera de cabras que subían al monte bloqueandome el paso hacia abajo. Mi propia impericia de chico de capital me animó (¡maldita la hora!) de intentar un cruce suave entre las cabritas y cabrones a sabiendas -de seguro- que las susodichas no representaban un peligro grave para mi integridad (-casi ni lo pensé; como si me hubiese nacido por dentro... en mala hora-); y efectivamente, con suavidad me acerqué a ellas pegadito al muro de la calle hasta que conseguí (casi inconscientemente) lo que me proponía: las mas adelantadas hecharon a correr hacia delante como rayos; las justo detrás se frenaron en seco; y así se abrió ante mí un espacio amplio y vacío...; pero las cabras y yo... ¡no estábamos sólos: justo al otro lado de las cornudas acompañábalas, majestuoso, gigante, gris pardo, de cuello toril y con carrancas...él: el mastín. Si yo no llegaba al metro treinta él me parecía de dos metros de altura cual elefante tamaño. Y todo fue muy rápido: las cabras se espantan unas hacia delante y otras hacia trás; el imponente mastín, justo al otro lado que no llegaba a ver, se percata de que he sido yo el culpable de tanto alboroto; se gira haci mí, erige cual retador su enorme cabeza, se me cuadra de pecho y patas; sentí cómo su retadora mirada me penetraba el alma....; y con ese fuerte, seco y grave ladrido que a cientos de metos impone respeto,....: UAAU!, me inmoviliza; UAAU! soy de hielo puro; "UAAU! "-adiós a este mundo-". Creí por un momento que abalanzándose sobre mí me despedazaría; pero no, como si la nobleza y la bravura fuesen de la mano en este precioso perro, después de advertirme con suma claridad cuan alta era mi culpabilidad, sólo se giro noventa grados para enfilar su camino de todos los días con sus lentos y plomizos andares como si nada hubiese ocurrido.

Creo recordar que Rosita (la vecina de allí mismo, en frente) lo vio todo. Me debió de ver una cara tan pálida como el papel. Sólo recuerdo a este punto que heché carrera arriba -como un trueno- por la calle que sale en la foto y sintiendo todavía el corazón palpitar a no sé cuantas pulsaciones, nada mas atravesar la puerta le dije friisimamente a mi a mi abuela: ¡ya no vuelvo por la leche nunca mas...!.

Moraleja: si vas a un pueblo y ves un rebaño pasar, tranquilízate y déjale que haga su camino. Las cabras no se estresan y los mastines leoneses... ¡tampoco!.