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MANZANEDA DE OMAÑA: A la salida de Misa, algunos como mis abuelos se dirigían...

A la salida de Misa, algunos como mis abuelos se dirigían a casa con el regusto de lo vivido en la iglesia e iniciar los preparativos de la comida, mientras los menos piadosos o más mundanos nos dirigíamos hasta casa Selima para disfrutar de unos caramelos, del vermut, de la partida de bolos o simplemente de la charla. También se acercaba por allí don Abundio que gustaba de alternar con la grey e intentar repescar a algún tibio o reticente a vivir más piamente entre los que se habían quedado en la cantina en vez de ir a misa.

Don Abundio entendió que además del catecismo del padre Astete que nos inculcaba en la catequesis, ayudado de cariñosos capones de sus manos enrojecidas, era conveniente que leyéramos otras cosas y se las arregló para crear una modesta biblioteca que muchos devoramos de cabo a rabo para llenar horas de ocio o de pastoreo. En la portada de uno de aquellos libros aparecía un cura con bonete que era un sosias de don Abundio. Era el cura don Camilo que se las tenía tiesas con don Peppone el alcalde comunista. En su caso don Abundio no tenía alcalde comunista con el que pelearse, pues hacía mucho tiempo que en Vega el alcalde era el buenazo de tío Baldomino que creo no se haya peleado con nadie en toda su vida. Y los que pasaban por comunistas por no ir a misa, podían ser críticos con aquel montaje religioso que tenía obnubilados a sus convecinos pero también eran gente de paz. Pero siguiendo el patrón de los curas con bonete, don Abundio tuvo algún lío o discusión con doña Amelia, que no soy capaz de recordar si fue un tema de vecindad o pastoral al creerse con derecho a hacer valer su silencioso pero potente óbolo semanal o alguna otra cuestión teológica.

Cuando dejó el pueblo, no se si fue por su carácter provisional de cura ecónomo o por estas desavenencias locales o simplemente porque quiso. Lo cierto es que los chavales nos quedamos un poco huérfanos, sin biblioteca parroquial y las siguientes experiencias de cura ya no fueron parecidas, ya fuera por excesiva proximidad de los nuevos curas o por exceso doctrinal (ver Los curimozos). Para mi don Abundio fue un cura excelente que enseñaba aquello en lo que creía, sin avasallar. En mi agnóstica alma de monaguillo, guardo muy buen recuerdo de aquel cura ecónomo, con aire de seminarista, que me acogió en su sacristía y me dio la primera comunión. Hoy seguramente él opinaría que le salí rana.

(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)

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