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MANZANEDA DE OMAÑA: Me parece plausible que otro de los notables de la...

Me parece plausible que otro de los notables de la Biblia, Moisés, subiera al monte Sinaí con un plan preconcebido, harto de tanto peregrinar por el desierto y de que su gente le montara un cirio cada poco. Había que arreglar aquella situación de descontrol con algún golpe de efecto y decidió subir al monte con la idea muy clara de reforzar su autoridad echando mano de lo que mejor sabía hacer: trasladar lo que el dios que llevaba en su cabeza le decía, a mandamientos que le ayudaran a poner orden en aquel pueblo elegido que le seguía, levantisco y adorador de casi cualquier cosa. Después de cuarenta días en el monte pensando en las normas que le permitirían domeñar a aquella gente, decidió bajar y contarles con voz tronante que Dios le había hablado desde unas zarzas que ardían sin consumirse y mostrarles sus leyes, las de Moisés, grabadas con el propio dedo de Dios en piedra como prueba de su inamovilidad. Y la cosa ha venido funcionando durante mucho tiempo.

El segundo mandamiento establece que “No hay que jurar su santo nombre en vano” o su versión literal “No tomarás el nombre de Yahvé tu DIOS en vano; porque no dará por inocente Yahveh al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7). Ni en la más honda de las desesperaciones en que se cae después de desgracias sin fin y sin sentido, el hombre puede sucumbir a la tentación de jurar, ya que las desgracias forman parte de los designios de Dios para que el desgraciado sea feliz en la otra vida. Y debe estar agradecido a Dios que le manda estas duras pruebas, porque harán que se gane el Cielo con más garantías que los que no las padecen. Hay que ser mansos y agradecidos. Si a pesar de todo la tentación de maldecir usando el nombre de Dios se mantiene, deberá acudir a un intérprete que le reconfortará y animará a persistir en la desgracia, pues ahí está el futuro. Mi abuela siempre decía ante las adversidades o las malas noticias “Todo sea por Dios, y nada más“, acompañándolo de un hondo suspiro de resignación. Aquí está la esencia. Hay que aceptar todo lo que nos sucede, pues es el salvoconducto para que se nos recompense en “el más allá“. Pero, el más allá ¿de donde? Que no te enteras: se manso y no hagas preguntas, no protestes.

“Santificar la fiestas” dice el tercero. Ordena suspender el trajín diario y personarse en el templo para oír a los intérpretes que les recordarán qué amar a Dios es lo único importante y de paso dejar la limosna para el sostenimiento del culto. Es decir, sostenimiento del molino y la sardina del intérprete. Puedes estar ocioso o trabajando como un burro toda la semana, pero el séptimo día hay que presentarse en el templo a oír al intérprete insistir en que lo importante es la otra vida, que aquí estamos para penar por nuestros pecados. Y si se te ocurre trabajar en Domingo, como nos pasaba en Omaña cuando íbamos en domingo a dar la vuelta a la hierba para que se secara y no se pudriera después de una tormenta, la autoridad (entiéndase la Guardia Civil) te lo hará pagar caro. Para que no quedara ninguna duda, el enunciado original decía así (Éxodo 20:8-11)

“Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra, mas el séptimo día es reposo para Yahveh tu DIOS; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Yahveh los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Yahveh bendijo el día de reposo y lo santificó“. Aquí no figura lo de la Guardia Civil, que fue un añadido autóctono posterior. Los intérpretes y la autoridad, siempre bien avenidos.

Estos tres primeros mandamientos son los pilares fundamentales del sistema. Marcan la actitud de sumisión que todos tenemos que tener ante Dios y, de paso, con sus intérpretes. Que hay que aceptarlo todo por formar parte de un plan establecido, en el que es ineludible participar, y que no puede pasar una semana sin acudir al templo para oír lo que los intérpretes dicen que Él dijo, bien pasado por el tamiz de sus conveniencias o, al menos, de su concepción del papel que toca jugar a los demás.

Algunos de los mandamientos que siguen (“no matar“, “no fornicar“, “no hurtar“, “no levantar falsos testimonios“), son mandamientos menores que se ocupan de la relación entre las criaturas mismas, intentando mantener el orden entre ellas, pero está claro que sin hacer un especial énfasis. Salvo en lo de fornicar, que es importantísimo según los intérpretes a pesar de que en las tablas de Moisés no se apreciaba tal matiz, si nos matamos entre nosotros tampoco es tan grave.

Creo que se dejaron intencionadamente para el final y que así quedara muy fresco en la memoria, los dos mandamientos que se ocupan de defender el estatus ya establecido. El que era rico, era rico y no está permitido actuar para que deje de serlo. Esta muy clarito que lo suyo es suyo, incluida su mujer (Éxodo 20:18)