Conocí a Genaro cuando yo tenía siete u ocho años pues solía juntarse con mis tíos y le recuerdo participando en el acecho al lobo en la cocina vieja de casa de mis abuelos (ver El lobo) junto con mi tío Pepe y el primo Julio. Creo que allí, al hilo del miedo enfermizo al lobo, cuando Genaro me dejaba mirar al mismo tiempo que él por el ventanuco que enfilaba los rastros de sangre dejado por las vísceras que servían de señuelo y que habían manchado de rojo la nieve de la cuesta, fué cuando se fraguó mi admiración por Genaro. Siendo un poco mayor participé en las trastadas de Sábado Santo que hacían los mozos de Vega, donde Genaro era imprescindible (ver La Trastada). Más adelante, Genaro sacó el carnet de conducir, cambió la bicicleta por los vehículos a motor y pasado un tiempo se fue a Madrid donde trabajó como conductor de autobús en el aeropuerto y ya no volvimos a coincidir en el pueblo.
Hace más de treinta años, estando yo parado con el coche en un semáforo de la Gran Vía, me llamó la atención un hombre que atravesaba la calzada en dos saltos como si no se fiase de la protección que ofrecía el semáforo en verde. Era Genaro, el hijo del herrero y hermano de Selima la cantinera de Vegarienza, tan precavido como siempre, que cruzaba el paso de peatones como si le persiguiese el guardarríos. Fue la última vez que lo vi hasta 2011 cuando estando yo sentado en una parada de autobús de mi barrio para dar descanso a mi maltrecha pierna, un hombre se sentó a mi lado. Miré de soslayo como se suele en estas circunstancias y reconocí a Genaro, con su aspecto de aguilucho siempre avizor, que venía del banco de pastorear sus ahorros. El autobús apenas nos permitió unos minutos de charla, pero suficiente para percatarme que seguía siendo el mismo de siempre, tan pueblerino como yo mismo. El Genaro que se atrevió a pasear a una chica en la barra de su bicicleta, desafiando las iras de toda la gente bien pensante de Vegarienza. Mientras observaba como se alejaba el autobús, reparé en que no le había preguntado lo que siempre deseé saber: si se había reencontrado con Juliana en Madrid, la chica que me disputó durante un verano la barra de la bicicleta de mi amigo.
(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)
Imagen tomada de: akpool. de
http://lembranzas. wordpress. com/2013/12/15/genaro-el-del-h errero/
Hace más de treinta años, estando yo parado con el coche en un semáforo de la Gran Vía, me llamó la atención un hombre que atravesaba la calzada en dos saltos como si no se fiase de la protección que ofrecía el semáforo en verde. Era Genaro, el hijo del herrero y hermano de Selima la cantinera de Vegarienza, tan precavido como siempre, que cruzaba el paso de peatones como si le persiguiese el guardarríos. Fue la última vez que lo vi hasta 2011 cuando estando yo sentado en una parada de autobús de mi barrio para dar descanso a mi maltrecha pierna, un hombre se sentó a mi lado. Miré de soslayo como se suele en estas circunstancias y reconocí a Genaro, con su aspecto de aguilucho siempre avizor, que venía del banco de pastorear sus ahorros. El autobús apenas nos permitió unos minutos de charla, pero suficiente para percatarme que seguía siendo el mismo de siempre, tan pueblerino como yo mismo. El Genaro que se atrevió a pasear a una chica en la barra de su bicicleta, desafiando las iras de toda la gente bien pensante de Vegarienza. Mientras observaba como se alejaba el autobús, reparé en que no le había preguntado lo que siempre deseé saber: si se había reencontrado con Juliana en Madrid, la chica que me disputó durante un verano la barra de la bicicleta de mi amigo.
(Seguramente, las cosas sucedieron casi tal como las recuerdo. De las sensaciones no tengo duda.)
Imagen tomada de: akpool. de
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