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MANZANEDA DE OMAÑA: NIEVES RECALCITRANTES DE OMAÑA...

NIEVES RECALCITRANTES DE OMAÑA

Omaña empieza a estar ya un poco alejada del eje central de la cordillera Cantábrica, es decir, de la divisoria de aguas entre Asturias y León, en este caso. Por ello, recibe menos precipitaciones de lluvia y nieve que zonas más al norte, como puede ser Babia y, por supuesto, Asturias. Con esta idea en la cabeza, y viendo que la cota de permanencia de la nieve en cara norte en Laciana y Babia era de unos 1400-1500 metros de altura, me encaminé hacia el Valle Gordo de Omaña, para dar un paseo tranquilo sin toda la parafernalia del equipo invernal.

En la vertiente opuesta al Valle Gordo, hacia el sur, en tierras ya bercianas del Alto Boeza, hay una de esas ermitas de alta montaña que reciben un halo místico extra, por el hecho de su enclave solitario y su lejanía a núcleos habitados. De ese tipo de ermitas donde incluso hoy en día (en otras regiones) se refugian durante un tiempo al año ermitaños modernos, que buscan en el silencio respuestas que el bullicio y la distracción de la vida en sociedad no pueden dar. No sé si esta ermita a que me refiero, la de Peñafurada, ha albergado alguna vez a algún ermitaño, aunque tiendo a pensar que seguramente esté cerrada con un grueso candado que impida el acceso a montañeros ocasionales con tendencia al gamberrismo y a la rotulación de paredes con mal gusto.
Como tantas veces, tengo que recurrir a referencias de alguna de las obras publicadas por Julio Álvarez Rubio sobre estas tierras leonesas, y en este caso, a las tres páginas que le dedica a la ermita de Peñafurada y su procesión del 15 de agosto en el libro sobre Omaña. No dispongo de más datos que éstos sobre la ermita, y por eso refiero al lector a ellos.
La idea de la jornada era alcanzar el entorno de la ermita desde Vegapujín, no desde Posada de Omaña, que es de donde parte la pista forestal que lleva a la ermita. Habría que ir ascendiendo por algún camino vecinal que luego, ya sin remedio, desembocaría en la pista, poco antes del Alto del Pando, que separa Omaña de El Bierzo. Pisando nieve a 1500 metros, sólo los últimos metros de cara norte antes del collado (1.673 m.) estarían tapizados completamente de blanco.
Según venía avanzando con el coche por el inicio del Valle Gordo, percibí que la cantidad de nieve era mucho mayor de lo que debería ser. El entorno del Alto del Pando tenía mucho espesor de nieve, y retales llegaban incluso hasta el mismo valle, a 1.200 metros de altitud. Por no traer, no había traído ni polainas, que apenas pesan y bien podía haber traído sin mayor incomodidad.

Localizado en el mapa militar el camino que debía tomar, y encontrado sobre el terreno, parto por él en un día soleado pero muy frío. En el primer repecho aparecen las primeras manchas de nieve, de 40 cm. de espesor, y dura como una piedra. El camino está muchas veces encharcado, por la gran cantidad de agua que rezuma el terreno, y un reguero que en verano seguramente esté seco, hay que cruzarlo metiéndose ligeramente en el agua. Se llega a una terraza horizontal, donde se ha formado una pequeña laguna, y ahí el camino comienza un pequeño zigzag entre las escobas. Al encaminarse hacia el siguiente arroyo, una gran placa de nieve borra completamente el perfil del camino. La nieve, en la superficie, está muy dura, pero no así por debajo, y de los sucesivos hundimientos hasta la rodilla me empieza a entrar nieve por la parte superior de la bota.
Se alcanza una pequeña cuenca donde hay un gran corral y un cruce de caminos. Aquí ya no es posible saber por dónde va el camino que debo seguir, aunque mirando el mapa veo los siguientes puntos a los que debo ir. Veo unas grandes huellas bajar de un pequeño ventisquero en la cabecera del circo y me acerco a ver qué son, pero resultan ser mucho más pequeñas de lo que parecían, y de jabalí. Una línea de escobas indica por dónde va el camino, del que no hay otra referencia visual. Alcanzo un pequeño collado, desde el que ya veo el Alto del Pando, y la pista que procede de Posada de Omaña. Hay demasiada nieve para ser un simple paseo, y mucho más sin polainas. Aún así lo intento, pero al entrar en el gran robledal que sigue, me hundo hasta por encima de la rodilla, y decido que es mejor dejarlo para otro día.

Este rincón del Valle Gordo, sin ser de la espectacularidad del abedular de la Guariza, bajo la imponente Peña Cefera, tiene su aquél. Seguramente por aquí llegue el oso pardo, en sus largos rodeos, ya que el límite de su zona de asentamiento permanente acaba algo más al oeste. Al otro lado de la montaña, en una situación realmente sorprendente y esperanzadora, sobreviven los urogallos más meridionales de Europa. Unos urogallos que ya no existen en los famosos bosques de Somiedo y que sí lo hacen en estos desconocidos bosques. Unos urogallos que suponen un grave trastorno para los promotores eólicos, porque les impiden facturar un dinero fácil, a costa de cuatro bobos que se han dejado seducir por promesas absurdas y sin fundamento de que el futuro de Omaña y el Alto Boeza está en los parques eólicos. De momento, y pese a algunas sentencias judiciales en contra, los promotores eólicos siguen construyendo, mientras el gobierno regional mira para otro lado. Otro ejemplo más de que, indendientemente del signo político del partido que gobierne, los oscuros tejemanejes entre políticos y empresarios deciden por nosotros lo que va a ser de nuestras tierras, nuestros bosques y nuestra fauna. En definitiva, de nuestra calidad de vida.