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MANZANEDA DE OMAÑA: OMAÑA INSUMERGIBLE...

OMAÑA INSUMERGIBLE

Hace tres lustros Omaña despejó de su horizonte la nube de un nuevo embalse dibujado aguas abajo de Riello. Fue una lucha tenaz, mantenida sobre todo por los omañeses de la emigración, cuyo final feliz tuvo mucho que ver con la calamidad todavía fresca de Riaño. Omaña es un valle longitudinal alimentado por un surtido peine de valles laterales.
Alguno de tan acusada personalidad como el Vallegordo, que para determinados autores constituye la síntesis misma de Omaña. Otros más enriscados, como los que dan acceso a Salce o Curueña, o el Vallechico, que desde Omañón discurre por Sabugo, Rodicol, Villabandín y Lazado hasta retornar al cauce en Senra.
En Rodicol está la Virgen de la Seita y apareció el ídolo fálico tallado hace más de cuatro mil años para propiciar la fecundidad.
Pero la comarca bautizada por los romanos como Humania, es decir, poblada por hombres como dioses, ha estrenado el siglo veintiuno en una situación terminal, asfixiada por la despoblación. Los alrededor de setenta y cinco núcleos de población, repartidos por el valle principal, por la Lomba y por Valdesamario, apenas suman en su conjunto dos mil habitantes.
Esta circunstancia ha propiciado una recuperación espectacular del medio natural. Las antiguas tierras centenales de labrantío van siendo tomadas por el monte bajo, mientras los prados que escoltan el curso arbolado del río siguen delimitados por las sebes tradicionales. Además, la comarca conserva grandes paños forestales de roble autóctono y, en torno a las fuentes del Omaña, varios abedulares que cobijan las últimas colonias de urogallos.
Los romanos al bautizar la comarca supieron captar el talante indómito de sus pobladores. A lo largo del Omaña quedan testimonios abundantes de unas explotaciones auríferas que se consideran las segundas en importancia del noroeste después de las Médulas. La asociación de desarrollo rural Cuatro Valles organiza actividades veraniegas de rescate del perdido Eldorado omañés, volviendo a cribar las arenas del río en busca de pepitas de oro como hacían los primitivos aureanos.
De aquel pasado de riqueza y esplendor arranca la leyenda de la casa palacio construida con oro en su totalidad que los vecinos trataron de abrir enganchando una reata de bueyes bien fornidos para tirar de las argollas. Cuando los áureos muros se vencieron, brotó de sus entrañas una corriente tan poderosa de agua que sumió el recinto para siempre en medio de un estruendo aterrador.