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MANZANEDA DE OMAÑA: Recuerdos y más recuerdos…pero hay algo más que eso...

Recuerdos y más recuerdos…pero hay algo más que eso en ellos… Sensaciones y más sensaciones que al recordar, nos ayudan a saber quienes somos.
Una de ellas, la apacible sensación de las mañanas de Noviembre donde siento el frío entre la niebla que aun no ha dejado helarse el barro. La niebla no me deja ver el fondo de la calle; aunque no tardará en llegar un tibio sol. Son los días del gocho, de las matanzas por todo el pueblo que yo recuerdo como una fiesta entre familiares y vecinos. Después de todo un año de ir muchos días con mi madre a “echar el gocho”, y quedarme mirando su hocico zampando nervioso en la artesa, hoy en nuestra casa ha llegado su San Martín. Es una mañana llena de tensión para un niño que ya sabe un poco lo que se avecina. Tensión que crecía cuando veía llegar a mi tío Manolo que era el especialista en sangrar al gocho. Después de un breve pero especial desayuno con bandejas plateadas llenas de copitas y pastas todos se dirigían a la cuadra. Veía entrar a mi tío y a mi padre y en pocos segundos se oía el estruendoso grito del gocho. Este era el momento más intenso del día mientras entre gritos de muerte, vencejotes y patadas se le subía al escaño, se le clavaba el cuchillo y sangraba abundantemente comenzando a desfallecer. Mi madre allí en medio con un caldero revolviendo la sangre mientras caía a gorgotones corriendo por el cuchillo y la mano de mi tío. El gocho suelta los últimos gruñidos y espasmos y afloja la tensión de sus patas anunciando su muerte. Entonces comienza el trabajo doméstico. Con cuelmos de paja quemamos al animal y todo huele de repente a “gocho quemao”. Yo me he pedido pelar el rabo pero soy demasiado pequeño y lo hace mi hemano. Veo a mi padre raspar enérgicamente con su cuchillo la piel quemada apareciendo debajo una nueva capa de piel toda blanca y tersa. Después de pelarlo por cada lado, con trozos de teja y tapas de puchero y agua hirviendo se limpia a conciencia. Entre nuestros pies el perro “Castor” lame los restos del sacrificio. Una vez limpio, se le pone boca arriba y se le abre en canal. Antes veo a mi padre cortarle las tetillas, es una gocha. Le hace dos cortes de arriba abajo y le desprende la barbada, la capa de grasa de la barriga para después con cuidado de no romper alguna tripa se va cortando la capa que envuelve todo el estómago y las vísceras. El olor es penetrante y las entrañas de la gocha aparecen humeantes. Hay dentro está la “zambomba” una tripa hinchable que hará las veces de balón y que todos los niños esperamos del gocho. Después de vaciado, las vísceras se colgaban de un gancho bajo el corredor de casa y las tripas volcadas sobre un balde de cinc iban a la presa para ser lavadas por mi madre.
Recuerdo al tío Argimiro recogiendo con un cazo la sangre encharcada en el fondo del costillar del animal y beberla. Todavía no se muy bien porque lo hacia.
La gocha terminaba empalada de pie al fresco en una esquina del portal de casa hasta que llegara el día de estazar.
Este día mi madre nos preparaba un cocido especial al que no le faltaba de nada.