EL INVIERNO
Y del rigor del invierno ¿Quién es el que no se acuerda? Aquel cielo encapotado de nubes y de tormentas, aquellos fríos que pasman, aquellos hielos que aterran, la nieve que cubre el campo con una blancura intensa, los torbellinos que rugen cuando el vendaval arrecia, la cellisca alborotada que en remolinos deshecha, silba y zumba en los tejados y azota riscos y peñas…..
Yo recuerdo aquellas noches y aquellas gratas escenas, en que la gente piadosa el Santo Rosario rezan, sentados en los escaños al pie de la chimenea, mientras recinan al fuego las rajas de leña seca. ¡Qué ratos tan apacibles, cuando después de la cena, se dan citas las familias y están media noche en vela, en amistosa tertulia haciendo coro a la hoguera, en la abrigada cocina a la luz de la candela; y en tanto que los ancianos refieren historias viejas, y los niños se entusiasman con los cuentos y leyendas, la gente joven propone acertijos y ocurrencias. Y mientras ellos discurren y ellas hilan a la rueca acierten ó se equivoquen, todos ríen y se alegran, convirtiendo la velada en noche de broma y fiesta.
Yo recuerdo aquellos días de nieves y de tormentas en que el ganado aterido reposa bajo cubierta, y solo come a horas fijas y a fijas se le suelta, con estricto reglamento como chicos de la escuela. Yo recuerdo los establos, los pajares y la ceba, las tenadas, los cortijos, los foyacos y la yerba, con que alimentan las cabras, las vacas y as ovejas. Pero al hablar del ganado, ya se me viene la idea de los sencillos pastores que llegan hasta la sierra, pastoreando los rebaños del pueblo de Manzaneda, a quienes tengo ofrecida una curiosa leyenda.
Y del rigor del invierno ¿Quién es el que no se acuerda? Aquel cielo encapotado de nubes y de tormentas, aquellos fríos que pasman, aquellos hielos que aterran, la nieve que cubre el campo con una blancura intensa, los torbellinos que rugen cuando el vendaval arrecia, la cellisca alborotada que en remolinos deshecha, silba y zumba en los tejados y azota riscos y peñas…..
Yo recuerdo aquellas noches y aquellas gratas escenas, en que la gente piadosa el Santo Rosario rezan, sentados en los escaños al pie de la chimenea, mientras recinan al fuego las rajas de leña seca. ¡Qué ratos tan apacibles, cuando después de la cena, se dan citas las familias y están media noche en vela, en amistosa tertulia haciendo coro a la hoguera, en la abrigada cocina a la luz de la candela; y en tanto que los ancianos refieren historias viejas, y los niños se entusiasman con los cuentos y leyendas, la gente joven propone acertijos y ocurrencias. Y mientras ellos discurren y ellas hilan a la rueca acierten ó se equivoquen, todos ríen y se alegran, convirtiendo la velada en noche de broma y fiesta.
Yo recuerdo aquellos días de nieves y de tormentas en que el ganado aterido reposa bajo cubierta, y solo come a horas fijas y a fijas se le suelta, con estricto reglamento como chicos de la escuela. Yo recuerdo los establos, los pajares y la ceba, las tenadas, los cortijos, los foyacos y la yerba, con que alimentan las cabras, las vacas y as ovejas. Pero al hablar del ganado, ya se me viene la idea de los sencillos pastores que llegan hasta la sierra, pastoreando los rebaños del pueblo de Manzaneda, a quienes tengo ofrecida una curiosa leyenda.
