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GRAJAL DE CAMPOS: El 8 de noviembre de 1936, los madrileños que madrugaron...

El 8 de noviembre de 1936, los madrileños que madrugaron para contemplar un milagro, escucharon cantar La Internacional como nunca antes.

Hacía semanas que en la ciudad se oía aquel himno a todas horas. Sus ciudadanos lo cantaban, lo gritaban, lo repetían, como una fórmula mágica, el símbolo de su rabia o una desesperada llamada de auxilio.
El fascismo quería entrar en Madrid, y Madrid quería ser la tumba del fascismo. Por eso, el 6 de noviembre, al caer la noche, los cines de la Gran Vía se habían convertido en las improvisadas cajas de reclutamiento de los sindicatos. Y desde la madrugada del día 7, Madrid resistía, resistían los albañiles, resistían los panaderos, resistían los peluqueros en el Parque del Oeste y los maestros de primaria en el frente de Usera. No pasarán, y no habían pasado.
Pero frente a la potencia de un ejército profesional, Madrid no tenía más que a sus hijos, y éstos, mal vestidos, mal armados, apenas entrenados, aún no eran soldados del todo. Habían aguantado treinta horas, y sin embargo seguían siendo albañiles, panaderos, peluqueros, maestros de primaria transfigurados por su determinación, por su coraje, pero también inexpertos, exhaustos.
Y entonces, por la calle Atocha, empezó a sonar La Internacional, y los madrileños, que no la entendían, la entendieron mejor que nunca.