Las monjitas de Grajal
Grajal de Campos es un pueblo de la provincia de León en el que tuve la fortuna de nacer hace más de medio siglo. Es un pueblo castellano de Tierra de Campos, lindante con Palencia y Valladolid, por el que pasaba el Camino de Santiago. Todavía queda en pie un Hospital de Peregrinos como símbolo elocuente y a la vez mudo del medievo. Es la villa más antigua del reino de león.Lo atraviesa el río Valderaduey, en otros tiempos caladero de sabrosos cangrejos.
Tiene Grajal un magnífico castillo artillero del siglo XVI y un palacio renacentista (de los Condes de Grajal), que hoy está luchando contra la ruina. Y, presidiendo el pueblo, una imponente torre parroquial con una planta que tiene cinco esquinas y a la que si se le añadiera una más, sólo tendría cuatro (dejo al avispado lector la solución del diseño arquitectónico).
La emigración campesina ha dejado casi despoblada ela hermosa villa y apenas si quedan en él trescientos vecinos. Han ido desapareciendo sucesivamente la farmacia, el cuartel de la Guardia Civil, la alcoholera, la fábrica de harinas, la fábrica de galletas, la estación y las escuelas. Cuando de un pueblo desaparecen las escuelas se firma el certificado de su defunción.
En el pueblo, hasta hace muy poco, vivía una Comunidad de religiosas carmelitas descalzas de clausura, cuyo convento era una referencia para la población: La campana del convento marcaba las horas (”ya han tocado la monjas”, se decía), se celebraba la misa diariamente en su pequeña iglesia de La Antigua y se sacaba en procesión de Viernes Santo una talla del Cristo Yacente de gran valor…
La Comunidad de religiosas, no se sabe muy bien por qué motivos ya que los que se aducen son poco convincentes, ha sido trasladada a un convento de Capuchinas de Toledo. Y ha sucedido algo llamativo, desconcertante y a la vez escandaloso. Las monjitas (uso intencionada e irónicamente el diminutivo) se han llevado tres tallas que el pueblo de Grajal considera suyas por el contundente razonamiento de que estaban allí antes de que las monjas llegaran al pueblo hace ahora casi 130 años. Se trata de un Cristo Yacente del siglo XVI, una Inmaculada Concepción del XVII y un San José con el Niño del siglo XVIII.
Y lo han hecho a la chita callando. Con alevosía. Se han llevado las tallas sin dar explicaciones y no las quieren devolver a quien demuestra ser su legítimo propietario. Al parecer dicen que el cuidado que han tenido de ellas les da derecho a la propiedad. Curioso criterio. Es como si un veterano vigilante del museo del Prado quisiera apropiarse de los cuadros por el hecho de haberlos vigilado y cuidado durante mucho tiempo con enorme celo.
Las religiosas, tomando al pie de la letra la invitación a estar junto a Jesús y la Virgen, no han querido separarse de sus imágenes. Pero, claro, han dado un pésimo ejemplo de desprendimiento, de diálogo y de amor a la justicia. Y, sobre todo, no han tenido consideración alguna hacia los sentimientos y las tradiciones de los feligreses que durante tanto años las han acogido y ayudado.
Como no han podido llevarse el convento se han quedado con las llaves. ¿Es suyo también el convento? ¿Qué más cosas se han llevado? ¿Son suyas? Tienen las Hermanas una forma curiosa de interpretar el voto de pobreza. Sí han tenido la precaución de dejar una copia de la llave a una persona que muestre la finca a posibles compradores. Corren muchos rumores sobre el futuro destino de la propiedad.
El obispo, practicando un deporte al que están acostumbradas sus reverencias, se encoge de hombros y mira hacia otra parte. El párroco no se pronuncia sobre unos hechos tan evidentes, a pesar de ser el encargado de velar por el patrimonio religioso del pueblo.
Téngase en cuenta que las imágenes poertenecen al patrimonio de la Comunidad de Castilla y León. Y no se puede, sin el debido permiso de la Dirección General de Patrimonio, trasladar las tallas a otra comunidad. ¿No hay leyes para las monjitas? De modo que las reverendas Hermanas se han burlado de los habitantes de Grajal y también se han saltado a la torera las leyes que a todos nos obligan. ¿Qué se han pensado?
Lo más grave es que, según declaraciones que he leído (cuya veracidad no he podido contrastar) la Superiora, Mari Paz del Espíritu Santo, con una arrogancia impropia de su profesión y de su cargo, amenaza diciendo que se puede llevar hasta las sillas y que se ande la gente con cuidado porque gozan del apoyo de personas muy influyentes. He de pensar que no se refieren al Altísimo.
El pasado día 31 de marzo el pueblo en pleno se trasladó a Toledo en una manifestación sin precedentes. Pocas veces ha existido tanta unanimidad y tanta unidad entre los vecinos. Con escenificaciones, cantos y pancartas han ido a reclamar lo que consideran suyo. Pero se han topado con las silenciosas hermanas que han dado la callada por respuesta. A fuerza de hablar con Dios se han olvidado de hablar con el prójimo. Dicen que nada supieron de la manifiestación y que han ido a Toledo “a callar, rezar y perdonar”. Todo eso podrían hacerlo igualmente o mejor sin las tallas. Lo que en realidad se callan es que son ellas las que deben ser perdonadas.
No parece muy democrática la actitud de las reverendas Hermanas. Podrían al menos haber hablado de sus intenciones, defender con argumentos su decisión y dar la cara antes y después de hacer lo que han hecho. Su decisión no ha sido ni legítima ni elegante. No es muy edificante el comportamiento de las religiosas. Saben predicar pero, en este caso, no sólo no han dado trigo sino que se lo han quitado a sus legítimos propietarios. El “robo” de las imágenes tiene poco que ver con el voto de pobreza y menos con el quinto mandamiento.
No me meto en los motivos del traslado. Les ha convenido irse y se han ido sin dar explicaciones. Allá ellas o sus Superioras. Que ya se sabe, como decía San Ignacio, que el voto de obediencia las hace asemejarse a cadáveres (”perinde ac cadaver”, decía el Santo). Pero las tallas son del pueblo y al pueblo deben regresar. El hecho está en los tribunales. La Cofradía de San Antonio ha denunciado los hechos en el cuartel de la Guardia Civil de Sahagún. Espero que la justicia se pronuncie libremente y emita un fallo rápido, contundente y ejemplar. Asi sea.
Grajal de Campos es un pueblo de la provincia de León en el que tuve la fortuna de nacer hace más de medio siglo. Es un pueblo castellano de Tierra de Campos, lindante con Palencia y Valladolid, por el que pasaba el Camino de Santiago. Todavía queda en pie un Hospital de Peregrinos como símbolo elocuente y a la vez mudo del medievo. Es la villa más antigua del reino de león.Lo atraviesa el río Valderaduey, en otros tiempos caladero de sabrosos cangrejos.
Tiene Grajal un magnífico castillo artillero del siglo XVI y un palacio renacentista (de los Condes de Grajal), que hoy está luchando contra la ruina. Y, presidiendo el pueblo, una imponente torre parroquial con una planta que tiene cinco esquinas y a la que si se le añadiera una más, sólo tendría cuatro (dejo al avispado lector la solución del diseño arquitectónico).
La emigración campesina ha dejado casi despoblada ela hermosa villa y apenas si quedan en él trescientos vecinos. Han ido desapareciendo sucesivamente la farmacia, el cuartel de la Guardia Civil, la alcoholera, la fábrica de harinas, la fábrica de galletas, la estación y las escuelas. Cuando de un pueblo desaparecen las escuelas se firma el certificado de su defunción.
En el pueblo, hasta hace muy poco, vivía una Comunidad de religiosas carmelitas descalzas de clausura, cuyo convento era una referencia para la población: La campana del convento marcaba las horas (”ya han tocado la monjas”, se decía), se celebraba la misa diariamente en su pequeña iglesia de La Antigua y se sacaba en procesión de Viernes Santo una talla del Cristo Yacente de gran valor…
La Comunidad de religiosas, no se sabe muy bien por qué motivos ya que los que se aducen son poco convincentes, ha sido trasladada a un convento de Capuchinas de Toledo. Y ha sucedido algo llamativo, desconcertante y a la vez escandaloso. Las monjitas (uso intencionada e irónicamente el diminutivo) se han llevado tres tallas que el pueblo de Grajal considera suyas por el contundente razonamiento de que estaban allí antes de que las monjas llegaran al pueblo hace ahora casi 130 años. Se trata de un Cristo Yacente del siglo XVI, una Inmaculada Concepción del XVII y un San José con el Niño del siglo XVIII.
Y lo han hecho a la chita callando. Con alevosía. Se han llevado las tallas sin dar explicaciones y no las quieren devolver a quien demuestra ser su legítimo propietario. Al parecer dicen que el cuidado que han tenido de ellas les da derecho a la propiedad. Curioso criterio. Es como si un veterano vigilante del museo del Prado quisiera apropiarse de los cuadros por el hecho de haberlos vigilado y cuidado durante mucho tiempo con enorme celo.
Las religiosas, tomando al pie de la letra la invitación a estar junto a Jesús y la Virgen, no han querido separarse de sus imágenes. Pero, claro, han dado un pésimo ejemplo de desprendimiento, de diálogo y de amor a la justicia. Y, sobre todo, no han tenido consideración alguna hacia los sentimientos y las tradiciones de los feligreses que durante tanto años las han acogido y ayudado.
Como no han podido llevarse el convento se han quedado con las llaves. ¿Es suyo también el convento? ¿Qué más cosas se han llevado? ¿Son suyas? Tienen las Hermanas una forma curiosa de interpretar el voto de pobreza. Sí han tenido la precaución de dejar una copia de la llave a una persona que muestre la finca a posibles compradores. Corren muchos rumores sobre el futuro destino de la propiedad.
El obispo, practicando un deporte al que están acostumbradas sus reverencias, se encoge de hombros y mira hacia otra parte. El párroco no se pronuncia sobre unos hechos tan evidentes, a pesar de ser el encargado de velar por el patrimonio religioso del pueblo.
Téngase en cuenta que las imágenes poertenecen al patrimonio de la Comunidad de Castilla y León. Y no se puede, sin el debido permiso de la Dirección General de Patrimonio, trasladar las tallas a otra comunidad. ¿No hay leyes para las monjitas? De modo que las reverendas Hermanas se han burlado de los habitantes de Grajal y también se han saltado a la torera las leyes que a todos nos obligan. ¿Qué se han pensado?
Lo más grave es que, según declaraciones que he leído (cuya veracidad no he podido contrastar) la Superiora, Mari Paz del Espíritu Santo, con una arrogancia impropia de su profesión y de su cargo, amenaza diciendo que se puede llevar hasta las sillas y que se ande la gente con cuidado porque gozan del apoyo de personas muy influyentes. He de pensar que no se refieren al Altísimo.
El pasado día 31 de marzo el pueblo en pleno se trasladó a Toledo en una manifestación sin precedentes. Pocas veces ha existido tanta unanimidad y tanta unidad entre los vecinos. Con escenificaciones, cantos y pancartas han ido a reclamar lo que consideran suyo. Pero se han topado con las silenciosas hermanas que han dado la callada por respuesta. A fuerza de hablar con Dios se han olvidado de hablar con el prójimo. Dicen que nada supieron de la manifiestación y que han ido a Toledo “a callar, rezar y perdonar”. Todo eso podrían hacerlo igualmente o mejor sin las tallas. Lo que en realidad se callan es que son ellas las que deben ser perdonadas.
No parece muy democrática la actitud de las reverendas Hermanas. Podrían al menos haber hablado de sus intenciones, defender con argumentos su decisión y dar la cara antes y después de hacer lo que han hecho. Su decisión no ha sido ni legítima ni elegante. No es muy edificante el comportamiento de las religiosas. Saben predicar pero, en este caso, no sólo no han dado trigo sino que se lo han quitado a sus legítimos propietarios. El “robo” de las imágenes tiene poco que ver con el voto de pobreza y menos con el quinto mandamiento.
No me meto en los motivos del traslado. Les ha convenido irse y se han ido sin dar explicaciones. Allá ellas o sus Superioras. Que ya se sabe, como decía San Ignacio, que el voto de obediencia las hace asemejarse a cadáveres (”perinde ac cadaver”, decía el Santo). Pero las tallas son del pueblo y al pueblo deben regresar. El hecho está en los tribunales. La Cofradía de San Antonio ha denunciado los hechos en el cuartel de la Guardia Civil de Sahagún. Espero que la justicia se pronuncie libremente y emita un fallo rápido, contundente y ejemplar. Asi sea.