Hace unos días, la Conferencia Episcopal Española hizo público un mensaje en el que anunciaba la beatificación en Roma, para el próximo otoño, de 498 caídos de la Guerra Civil, y que ahora la Iglesia reconoce que murieron como mártires.
Este cambio de actitud de la Iglesia Española me sorprende al recordar que ya en su momento, tanto Pablo VI como Tarancón paralizaron aquellos procesos de beatificación por no hacer memoria histórica parcial, que sólo reconociera a los mártires de un solo bando.
A primera vista, historia y memoria parecen dos términos que indican lo mismo. Sin embargo, no es así del todo. La memoria hace que la historia sea posible al igual que la memoria garantiza la veracidad de la historia y la dota de sentido. La memoria es más amplia que la historia puesto que no depende solamente de la inteligencia, sino del corazón y de los sentimientos. Por eso, a veces, historia y memoria pueden entrar en conflicto.
Por otra parte, una memoria sin historia puede llegar a amenazarnos, puesto que la historia posee en sí misma una exigencia de verdad y autenticidad al dar fe de sus fuentes y de la fiabilidad de las mismas. Desde aquí, me resulta curioso que el Obispo de Tarazona, Mons. Demetrio Fernández, afirme que no se trate de “caídos de la guerra, sino de mártires de Cristo. Es decir, no son fruto de una contienda en la que caen de uno y otro bando. Son testigos de Cristo, que se han mantenido fieles a su fe y amor a Cristo hasta la muerte, y han muerto perdonando a sus verdugos, como hizo Jesucristo”.
Me parece que el perdón que se implora y el perdón que se concede, tanto de un bando como de otro, sirven para depurar la memoria, porque trascienden la historia y establecen un orden de realidades que procede de la confianza en el hombre por dominar su pasado.
Creo que la Iglesia se ha equivocado al escoger a sus mártires de un solo lado, y aunque su memoria quede salvada, la historia en su veracidad ha quedado mancillada para siempre.
Este cambio de actitud de la Iglesia Española me sorprende al recordar que ya en su momento, tanto Pablo VI como Tarancón paralizaron aquellos procesos de beatificación por no hacer memoria histórica parcial, que sólo reconociera a los mártires de un solo bando.
A primera vista, historia y memoria parecen dos términos que indican lo mismo. Sin embargo, no es así del todo. La memoria hace que la historia sea posible al igual que la memoria garantiza la veracidad de la historia y la dota de sentido. La memoria es más amplia que la historia puesto que no depende solamente de la inteligencia, sino del corazón y de los sentimientos. Por eso, a veces, historia y memoria pueden entrar en conflicto.
Por otra parte, una memoria sin historia puede llegar a amenazarnos, puesto que la historia posee en sí misma una exigencia de verdad y autenticidad al dar fe de sus fuentes y de la fiabilidad de las mismas. Desde aquí, me resulta curioso que el Obispo de Tarazona, Mons. Demetrio Fernández, afirme que no se trate de “caídos de la guerra, sino de mártires de Cristo. Es decir, no son fruto de una contienda en la que caen de uno y otro bando. Son testigos de Cristo, que se han mantenido fieles a su fe y amor a Cristo hasta la muerte, y han muerto perdonando a sus verdugos, como hizo Jesucristo”.
Me parece que el perdón que se implora y el perdón que se concede, tanto de un bando como de otro, sirven para depurar la memoria, porque trascienden la historia y establecen un orden de realidades que procede de la confianza en el hombre por dominar su pasado.
Creo que la Iglesia se ha equivocado al escoger a sus mártires de un solo lado, y aunque su memoria quede salvada, la historia en su veracidad ha quedado mancillada para siempre.