FOLLOSO: Así que hija de exiliados. Siempre me causó mucho respeto...

Así que hija de exiliados. Siempre me causó mucho respeto la palabra exilio y todos sus derivados. Ya desde la más tierna infancia con las andanzas de la Sagrada Famlia por tierras de Egipto me producía mucho desasosiego y preocupación. Pero fue mucho más tarde cuando tomé conciencia del verdadero sentido y significado de la palabra exilio por conocimiento directo de muchas personas que no tuvieron otra elección más que coger sus recuerdos, envolverlos con sus ideales y cruzar la frontera siempre con la conciencia muy clarividente en aquel momento que sería una provisionalidad para unos meses, quizás unos años. El tiempo se encargó como el amigo fiel que no engaña de demostrar que no había tal provisionalidad, pero, siempre nos engañamos y pensamos: dentro de unos días esto cambiará y volveremos. Las cosas se van complicando. Otra guerra, campos de concentración, salvese quien pueda, reorganización, clandestinidad y surgiste tú y tu perspicacia para ver entre los amigos a los que tenían "Alias".

Con diecinueve años un amigo y este rapacín de Folloso se fueron a Cantabria, a Somo-Loredo, a pasar unos días en un campamento en el que nos daban comida y tienda donde dormir. Era una manera que tenía la dictadura de comprar o entretener a la juventud.

No hacía mucho tiempo que nos habíamos conocido. Había sido un domingo, a la hora del café, nos conocíamos de vista. En aquella ciudad pequeña, de una forma u otra nos conocíamos todos. Él era cinco años mayor que yo. Hablamos de libros, de lo que estábamos leyendo en aquel momento y nos caímos bien. A tal extremo que a la semana siguiente, se cambió de patrona y se vino a vivir a la mía, que por cierto, era de Mieres. Le llamábamos la "Fia". Se llamaba Quela. Pero a mi me llamaba "fio" y con Fía se quedó. Realmente me quería como a un hijo. Ella en su matrimonio con un mesetario no tuvo hijos y yo siempre me he dejado querer.

Mi amigo Alejandro y yo habíamos ido a Santander con otros amigos pero nosotros ya lo llevábamos pensado, no volveríamos con ellos. Nosotros nos íbamos a París. Ya teníamos nuestros pasaportes y unas pesetillas, no muchas, mil setecientas pesetas entre los dos después de alguna farra en Santander. Con dos bolsas de deporte con sus dos asas y su cremallera, pocas mudas, y poca ropa también de la otra, en "autostop" nos fuimos a París. Era el primer domingo de Julio, a las ocho de la mañana y estábamos en "Etoile", sin francos y con la banca cerrada. La necesidad aguza el ingenio. Vi a alguien que llevaba un periódico en español, "Siete fechas". Lo abordamos y fue nuestra salvación. Nos llevó a la "Gare du Nord", cambiamos pesetas por francos, nos invitó a comer y a la noche, evitando a la gobernanta de su "chambre", pudimos dormir bajo techo. Era un joven emigrante español.

Nos matriculamos en la "Aliance Francesa" y a buscar trabajo en los anuncios del tablón. Antes, había escrito una postal a mi hermano explicando que estaba en Paris, que estaba bien, que para septiembre volvería y que había marchado sin decir nada porque si hubiese pedido permiso no me lo hubiese dado.

Descubrimos mucha cosas. Desde la confirmación de las sospechas que estábamos muy atrasados hasta la librería El Ruedo Ibérico con multitud de autores y títulos prohibidos. Desde la leche envasada en tetrabric hasta el amor libre. Trabajamos de machacas colocando las sillas para un desfile de C. Dior y en la Banca Nacional (limpiando). Hasta grabamos trinta lecciones de español para un curso por correspondencia. Hicimos muchas horas en el "Luvre" y en la Filmoteca. Finalmente dejamos los trabajos de estudiantes que no nos daban para vivir y nos fuimos a la "Vanlieur" a trabajar, mediane el carnet de estudiantes, pero de obreros. Encontramos trabajo en una lavandería industrial. Yo concretamente en la plancha de rodillos con nueve cajones, planchando las toallas de tela de venticinco metros que haabía y creo que todavía hay en la toilettes de París, que estiras i dispones de un trozo para secarte las manos y vuelves a estirar y dispones de otro trozo.

Ahí, en la máquina conocí a Emilio. Un español, republicano, granadino y exiliado. Conocí un hombre, su familia, sus sentimientos, su añoranza, su mirada tierna, y su palabra amarga cargada de ayeres preñados de nostalgia y de mañanas llenos de deseos. Me presentó a Pepe, a Nicomedes, a Ambrosio, a Florentina, a Dionisia y a Petra. Todos republicanos, españoles y exiliados, lacerados por la vida pero sin un ápice de desesperanza. También conocí por mediación suya al joven català Albert sindicalista y exiliado.

Emilio murió en Granada el año mil noveciento ochenta y tres.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Peña este relato me ha emocionado tanto....
Un abrazo.
Sigue escribiendo. Gracias por tus relatos.
Monsieur Peña Valdevés, que titular el tuyo, pasar de rapacín de Folloso, a "Perisien" trabajando para la "casa DIOR".
Bromas aparte, tu relato como siempre emocionante, eras un chaval atrevido, pero esa era la unica forma de saber como era realmente la vida fuera de España.
Que lastima no haber seguido hasta Bruselas, allí os hubierais encontrado con barrios enteros de Españoles.
En la calle en la que viviamos, habia un bar asturiano, "casa Pinon" todos los domingos llegaba un autocar de emigrantes ... (ver texto completo)