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FOLLOSO: Buenos Días a tod@s:...

El padre muchas veces repetía: "a los nueve años salieron los criados de casa de mi padre, yo era el mayor de seis hermanos, mi madre delicada y mi padre con el caballo blanco, más pincho que dios de feria en feria. No he hecho más que trabajar y trabajar toda mi vida y no quiero que mis hijos se queden aquí para destripar terrones como he hecho yo".
Y así fue. Cuando cumplí los diez añitos a examinarse a la capital para hacer ingreso. El dictado con tres faltas permitidas, la división de tres cifras y las preguntas sobre el mapa.
Para allá que nos fuimos. Había ilusión, la novedad, el reto, subir en un coche por primera vez, la capital.... Pronto se presentó la primera decepción. Habíamos cogido, mi hermana y yo el Rápido en el Castillo y cuando empezaron las primeras curvas del Costerón, pasado Guisatecha, la mandíbula hizo un giro extraño y el estómago entero se volcó en mi boca, el vómito y el hedor se esparramaron por el coche, mareo, sudor frío y la consiguiente vergüenza.
Los cincuenta y tres Km se hicieron eternos, los olores de los asientos y aquel aire caliente que nos recibió en aquellas cocheras y aquellos humos no de leña, me dejaron marcado para bastantes años.
Los edificios eran altísimos, no alcanzabas a ver el final, la inocencia de los diez añicos de pueblo. El agua, sí que era milagroso, la palabra mágico todavía no la conocía, salía de un grifo al hacer girar una llave, pero estaba caliente, caliente y no sabía a agua de la fuente.
El camino estaba abierto, hasta finales de septiembre no había que ir a estudiar.
El verano trnascurrió mas o menos como todos, trabajos, vacas, ganado menudo, hierba, siega del pan, majas, otoñada, y empezada la sementera se acercaba el día para comenzar la gran empresa. Dos días antes ya sólo olía a asiento de coche de línea y el aire estaba calinte y olía a cochera de Beltrán.
El mareo y el vómito se repitió hasta..., según cómo, todavía hoy me mareo.
Faltaba lo peor. Viviría en una "patrona", señora viuda que se ganaba la vida con unos cuantos estudiantes que le pagaban cuarenta duros al mes por hacerles la comida y darles cama. La ropa tenía que llevarla al coche de línea y dársela al cobrador para que la dejara en el Castillo e ir a recogerla cuando te la enviaban limpia. Llegar a la cochera era una empresa y explicarle al cobrador otra.
Llegamos el primer día con la maleta con la ropa y la cesta de mimbre con la "carraca". La carraca eran las raciones de legumbres, patatas, huevos y samartino calculado más o menos para el trimestre. Mi alimentación de estudiante iba a variar un poco con relación al pueblo. Por la mañana en el pueblo siempre patatas sazonadas y después leche. En la capital, sopas de ajo. En el pueblo se tomaban las diez, en la capi no. En el pueblo siempre estaba la reboja de pan con manteca y los huevos batidos con leche. Al medio día, irremediablemente, sopas de pan regadas con el caldo del cocido de garbanzos o fréjoles, despues la legumbre seca y detrás el trocito de chorizo y de tocino, combinado con morcilla y costilla, alternativamente. A la noche, huevos, tortilla, sopas, manzanas fritas, un poco de jamón, un poco de lomo... de fruta las consabidas manzanas que se consevaban bien.
Los primeros días fueron duros, durísimos, la morriña era inmensa, en la primera carta ya reclamé a mi madre y como toda madre acudió a darme los mimos, animarme y comprar los libros, recuerdo de aquel encuentro, nada más entrar en casa de la Sa Angeles, notar el olor de mi madre cuando volvía de Riello con la ropa de mudar, me dijeron vete a la cocina, y allí entre pucheros, nunca mejor dicho, cada estudiante tenía su pucherito para cocer sus garbanzos, estaba mamá. La escena estuvo llena de ternura, mi cabeza entre sus pechos y mis brazos rodeando hasta donde llegaban. El cielo había abierto, se veían retazos de azul, mi madre estaría dos o tres días. Comí ensalada de tomate y sardinas.

La Navidad tardó mucho en llegar, gracias que por San Andrés vino el padre a la freia caballar, y también hubo mimos pero era distinto, aquí primaban los consejos.
Tambien pasé la gripe asiática. Fiebre altísima. Deliraba.

El sacrificio que hacían en casa para mantenerme en la capital era enorme. Pero visto desde el niño que abandonaba todo su entorno y que tenía que adaptarse a un medio hostil también era un gran sacrificio.

Desembarcar en un colegio con alumnos desde preparatoria hasta Preu con cursos triplicados, sin argot, sin conocer a nadie, con vestimenta que te señalaba, sin ser amo de balón, ni de tacón, ni de canicas, ni de pelis, ni haber ido nunca al cine, y tener un par de botas de material, para diario y para domingos, te señalaba, te acomplejaba y tenías que buscar mil una salidas para poder controlar el orgullo y superar los complejos y las crueldades de los niños de capital, que eran crueles y mucho.

Los sacrificios fueron muchos, las penalidades bastantes, los caminos largos y tortuosos, pero los objetivos se cumplieron. Aquel padre, que siempre tuvo claro que sus hijos tenían que tener más formación que él y aquel hijo que no siempre tuvo claro que estudiar era un medio para no destripar terrones, caminaron juntos, uno henchido de orgullo y el otro lleno de agradecimiento por vericuetos de palabras entrañables.

Un abrazo.

Buenos Días a tod@s:
Mi Felicitación Peña; tienes una sensibilidad a flor de piel, y nos la sabes transmitir magistralmente a traves de tus relatos. Haces que camime contigo a traves de tus vivencias como si fuera en primera persona.
Cuando nos fuimos para Alemania yo tenía 11 años. Mi padre antes de irnos sostuvo a solas conmigo una charla sobre lo que sería bueno para mi futuro.Él quería que me quedara interna en León estudiando (dado que iba muy bien en la escuela) y decía que podía elegir la carrera que quisiera luego en la Universidad. Pero le fue imposible convencerme, yo creo que me hubiera muerto de pena si me hubiese tenido que separar de ellos; y aunque la idea de ir para Alemania no me gustaba nada escogi ese tambien duro camino, pero a su vera... y debo decir que no me he arrepentido jamás.
Y ya como madre contaros que cuando mi hijo se fue a estudiar a la Universidad a Murcia, (viviá allí en un piso de alquiler),.
Tambien me llamó a eso de las tres semanas con morriña, y eso que no era un niño mimado; pero creo que eso es normal. Nada que ver con lo tuyo pues Javier ya tenía 18 años; aunque tambien fue una etapa muy dura pues acababa de perder a su padre
2 besos