Una boda, ARDON

Titular
Una tierra donde el corazón no envejece
Dos viejos de 80 años que han comenzado hace unos días su luna de miel.
Hace muy pocos días los periódicos de León publicaban, entre sus noticias de sociedad, la siguiente: “En la parroquia de San Martín, de esta ciudad, han contraído matrimonio los vecinos del inmediato pueblo de Ardón F. P. A. de ochenta y dos años, y L. R. S., de ochenta. La feliz pareja de tórtolos ha salido, después de la ceremonia del enlace, para su pueblo, donde pasarán la luna de miel.”
Naturalmente, cuando nosotros leímos esto pensamos al principio que se trataba de una broma. Pero pensamos también que los lectores de este periódico merecían que nos llegáramos hasta la capital leonesa a comprobar si era cierto.
-Si, señor, si- nos dice en seguida el mozo del coche que nos conduce al hotel en cuanto le interrogamos sobre el asunto-, es cierto que se han casado el otro día dos viejos. Yo les vi salir de la iglesia.
- ¿Llevaban mucho acompañamiento?
-No, salían ellos solos. Se conoce que no se lo dijeron a nadie. Pero salían agarraditos del brazo, muy contentos.
-Y ahora, ¿estarán en Ardón?
-Claro, me figuro…
- ¿No se habrán ido de viaje de novios?
Mi interlocutor ríe.
- ¡A lo mejor!
Unos minutos más y vamos camino de Ardón, a través de la vega del Esla, verde y rojiza. Media hora en auto. Ardón es un pueblecito hecho, como todos los pueblos leoneses, con casas de barro. Alternando con las casas, otras construcciones, también de barro, más reducidas, más bajas: las bodegas donde se fragua el alborotado vinillo de la tierra. El coche camina despacio, dando saltos y bruscos balanceos en los altibajos de las calles. Nos detenemos para preguntar a una vecina que ha salido a la puerta al oír el ruido del motor:
- ¿Haría el favor de decirnos dónde vive el señor F. P.?
La mujer nos responde con una concordancia un poco extraña:
-Míreles. Aquellos dos que están junto a aquella puerta grande son.
Los aludidos son dos ancianos que toman el último sol de la tarde, ella sentada y él en pie, junto a una puerta. Mientras nos acercamos, ella-la señora L. R., de seguro-nos saluda con una mirada llena de desconfianza, y en cuanto llegamos a su lado se levanta vivamente de su sillita. En cuanto solicito que se deje hacer unas fotografías junto a su marido sacude la cabeza con mal humor:
- ¿Y pa qué?
-Pues… para… para que todo el mundo se conforte con el ejemplo de ustedes a su edad, en estos tiempos en que los jóvenes de veinte y treinta se resisten heroicamente al matrimonio.
La señora L. R. se echa a reír antes de que yo termine. Es una mujer baja y fuerte, pero nerviosa. A su lado él-el señor F. P.-, nos mira con sus ojos claros, con una mirada de absoluta indiferencia. Pero ella se pone repentinamente seria y dice con voz desabrida:
- ¡Bueno, éjeme, éjeme! Yo ya no soy más que una vieja y no quiero que se ocupen de mi pa ná.
-Pero…
- ¡Que no y que no! No se molesten, que yo no quió retratos. No me he retratado nunca, y ahora menos.
-Usted no nos dejará mal, señora. Hemos venido exclusivamente a retratarles a ustedes.
- ¿Y desde dónde vienen?
-Desde Madrid.
- ¿Desde Madrid han venido ustedes sólo por vernos a nosotros? ¿Y cómo se iban ustedes a haber enterado?
-Señora, nuestro oficio es enterarnos de todo.
- ¿Ca, si a mi no me la dan! No vienen de Madrid. Ustedes son de León.
Comprendan que todo estriba en convencerles, no sé por qué, de que venimos de Madrid. Saco mi carnet periodístico y se lo muestro.
- ¿No dice aquí Madrid? ¿No es de Madrid este carnet?
La señora L. R. arroja una mirada despectiva al documento.
-No sé; no me alcanza la vista.
Me dirijo al señor F. P.; pero éste, despegando sus labios por primera vez durante nuestra entrevista, me responde lo mismo:
-No, tampoco yo alcanzo a ver.
Recurro a una mujer que próxima a donde nosotros hablamos, cose.
- ¿A usted le alcanza la vista a leer aquí?
-No, señor; no, no me alcanza.
Y acto seguido enhebra prestamente la aguja, que al poner atención a nuestro diálogo, se le ha desenhebrado.
Hay unos momentos de silencio en que yo pienso; ¿qué será preciso hacer para convencer a esta mujer testaruda que ha llevado su tenacidad hasta conquistar un marido a los ochenta años?. Es ella quien rompe el silencio bruscamente para afianzar su actitud.
Bueno, pues no. Yo, no me dejo retratar, ¿sabe usté? Ni éste tampoco.
-No, no; yo, tampoco-repite como un eco el señor F. P., moviendo la cabeza y fijando en nosotros sus ojos claros, como para hacernos comprender que cuando su mujer se empeña en que no, es que no.
Yo, insisto:
-Pero, ¿por qué no? ¿Qué inconveniente hay en que la gente contemple su fotografía? En ella solo podrán comprobar que hay muchas mujeres de mucha menos edad que usted que puedan comparársela en lozanía y en buen ver.
Ahora me parece haber dado en el clavo. La señora L. reacciona al piropo igual que lo haría una muchachita de veinte años. Se ríe de nuevo con su risa nerviosa. Empiezo a creer que está convencida ya. También lo cree mi fotógrafo, que se retira disimuladamente hacia el coche a coger la máquina. Pero la señora L. se levanta de la silla en que se había vuelto a sentar mientras hablamos y dice rabiosa:
-He dicho que no, y que no.-Coge el respaldo de la silla con una mano y el brazo de su marido con la otra y arrastra los dos hacia el interior de la casa. Yo la sigo y trato de asomarme al zaguán para convencerlos aún; pero tengo que echarme rápidamente hacia atrás para que la puerta, lanzada por la mano iracunda de la señora L. R., no me aplaste las narices.
Hemos esperado inútilmente un par de horas ante la casa. Una vez vemos a ella sacar la cabeza por una ventana atisbando la calle. Pero aunque estamos ocultos en una rinconada cercana, debe presentir que seguimos allí, porque la puerta continúa sin abrirse. Se hace de noche. La vecina que nos dio las primeras indicaciones nos dice:
- ¡Ya es inútil que esperen ustedes! ¡Deben haberse acostado ya ¡

A la mañana siguiente estamos de nuevo en Ardón. Solicitamos ahora la ayuda del secretario del Ayuntamiento, que se hace cargo de la empresa con un entusiasmo que nunca agradeceremos bastante.
- ¿Pero de verdad son de Madrid estos señores?-inquiere la vieja.
-Claro-afirma el secretario-. Y han venido de allí para retratarles a ustedes.
La expresión de la señora L. se humaniza. Mira al señor F. como consultándole y éste se encoge de hombros.
- ¿Tú quieres?-dice al fin la mujer.
-Lo que tú digas.
- ¿Pero te atreves?
- ¿Yo?... Nada malo no nos va a pasar…
La señora L. se dirige a mí con una voz de amistad:
-De buena se libró usté ayer. Si no llega a ser por éste, que me le quitó…, yo tenía un palo preparado ya para salir a pegarle…
-Y por qué se enfadó así con nosotros?
-Porque creí que eran de León.
-Es que, sabe usted, los periódicos de León…-dice el marido.
-Es que en los papeles de León interrumpe la mujer-nos han tratao…, vamos…, han dicho que teníamos ochenta años…
- ¿Pues cuántos tiene?
- ¿Yo? Yo debo tener… Oye ¿cuántos años tendré yo?
El marido calcula.
- ¿Tu? Pues debes tener… Me parece… Tú tienes… No, yo creo que a los ochenta no llegas…
- ¡Qué he de llegar, hombre; que he de llegar! A los setenta y cinco, pueden ser.
-Alguno más acaso… Pero no muchos.
-El que sí que pué que tenga los ochenta cumplidos eres tú…
- ¿Yo? No me acuerdo. Pero me parece que no, porque cuando nos pusimos en relaciones…
- ¿Cuándo se pusieron ustedes en relaciones?
-Cuando la “pidemia de moda”
- ¿La gripe de hace doce años?
-Hace doce años, si…
- ¿Y todo ese tiempo han sido ustedes novios?
-Claro. Esta es viuda y yo también. Quedamos viudos en la “pidemia”. Entonces me parece que yo no tenía los setenta aún.
-Si los tenías, sí.
-Pues tú no les andabas muy lejos…
- ¿Y entonces entraron en relaciones?
-Sí, señor.
- ¿Y cómo han tardado doce años en casarse?
Los dos se encogen de hombros. El mira a ella con gesto malicioso. Ella se ríe y baja los ojos al suelo.
- ¡Qué sé yo!
-Nota de la redacción- El periódico quiso contribuir a la alegría nupcial de la pareja y le regaló a la señora L. un corte de bata. (Es otra fotografía, en ella aparecen la señora L. y el tendero junto a su carro, eligiendo la tela).
Desconozco a las personas que aquí entrevistaron, era principio del año treinta.
Un cordial saludo.
A orilla del Esla.
(1930)
Me ha encantado esta comunicación: años 30 del siglo pasado y con ochenta años.
Al prado.
El amor nunca muere, ni tiene edad.
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Antonio Bandín.
¡Hola, "A orilla del Esla"!
¡Genial! No hay nada que comentar, la estampa habla por sí sola: un testimonio de una época.
En el penúltimo punto hablas de otra fotografía que, sin lugar a dudas, también sería interesantísima.
¿Sería mucho pedirte que la exhibieras, como has hecho con ésta, para disfrute de todos?
Mi agradecimiento de antemano.
Un cordial saludo.
Un paisano de Sabino Ordás.