El monasterio más importante de la orden premostratense en la provincia de Burgos fue el de Santa María de La Vid. Su origen se atribuye a un discípulo de San Norberto, fundador de esta orden, llamado Domingo, a mitad del siglo XII. Lo cierto es que aparece fundado el monasterio con su comunidad masculina y femenina en la segunda mitad del siglo XII (1156)[43]. Este monasterio había conformado su dominio en torno al Duero, básicamente entre 1160 y 1230 (tenía, sólo al norte del río, propiedades en unas veinticinco villas, destacando Tubilla del Lago, Hontoria de Valdearados o Rebilla de Olleros) mientras que en la segunda mitad del siglo XIII y a lo largo del XIV apenas si vio aumentado su patrimonio, a pesar del apoyo de Sancho IV y de los privilegios otorgados o confirmados por Alfonso XI y por Pedro y[44].
En la actualidad, regido por agustinos desde 1866, se ha convertido en un lugar de convivencia y retiro espiritual. A finales del siglo XIV se terminó la primera ampliación del recinto, que en el XVI alcanza la máxima expansión arquitectónica, promovida por el cardenal íñigo López de Mendoza y sustentada por los condes de Zúñiga y Avellaneda. En el interior del templo, oscureciendo la hermosura del retablo, sobresale la muy notable escultura gótica de Nuestra Señora de La Vid, perteneciente a la escuela burgalesa, realizada en piedra a comienzos del siglo XIV y policromada en el XVII. Mientras un atisbo de sonrisa cromática se insinúa, el rostro de la Virgen, armónico, juvenil y sereno, irradia una belleza muy acusada.
En la actualidad, regido por agustinos desde 1866, se ha convertido en un lugar de convivencia y retiro espiritual. A finales del siglo XIV se terminó la primera ampliación del recinto, que en el XVI alcanza la máxima expansión arquitectónica, promovida por el cardenal íñigo López de Mendoza y sustentada por los condes de Zúñiga y Avellaneda. En el interior del templo, oscureciendo la hermosura del retablo, sobresale la muy notable escultura gótica de Nuestra Señora de La Vid, perteneciente a la escuela burgalesa, realizada en piedra a comienzos del siglo XIV y policromada en el XVII. Mientras un atisbo de sonrisa cromática se insinúa, el rostro de la Virgen, armónico, juvenil y sereno, irradia una belleza muy acusada.