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SANTIBAÑEZ ZARZAGUDA: Ese hombre, que trabajaba con las manos ateridas de...

Ese hombre, que trabajaba con las manos ateridas de frío por los rigores del crudo invierno burgalés (era un problema que le aquejaba a él particularmente), nunca escurrió el bulto por temor a las heladas invernales: había que ganar el pan para la familia y él lo ganaba con las manos frías, haciendo frente a los hielos del invierno, pero contento por el deber cumplido.
Tras una dura semana de trabajo en cualquier rincón de la provincia, había que coger aquella vieja y pesada bicicleta, que de vieja había perdido la marca que la identificara, y de pesada bien podía compararse a un artefacto blindado, algo así como "una bicicleta de guerra". ¡Cuántos méritos habrá hecho aquella humilde bicicleta al servicio de un humilde trabajador! ¡Cuántos esfuerzos habrán recibido sus pedales impulsados por dos piernas cansadas de trabajo!
Por aquellos caminos donde el asfalto llegó muchos años después, las ruedas se hundían en el barro haciendo de la marcha un maratón lleno de dificultades.
Pero la vuelta a casa era siempre un motivo de alegría, aunque esa vuelta no siempre estuviera presidida por el bien merecido descanso: había que ver a la familia, había que llevarle el fruto de tantos sudores, había que tapar aquellas bocas, ignorantes de lo que costaba ganarlo, con aquellas dos hogazas semanales o su equivalente en harina que, como única condición, eran exigidas a la hora de un contrato. Aquel pan que tanta alegría iba a causar, no pesaba apenas en la vieja bicicleta y por eso aquel hombre, cuando divisaba una silueta en lontananza, al fondo de la carretera, encorvado sobre el manillar, no cesaba eb su rítmico pedaleo hasta haberla dado alcance.
Al final de este viaje, cuando aún le faltaban unos centenares de metros para llegar a casa, semana tras semana, veía a un rapazuelo salir de entre las tapias para darle el alto: era su hijo que le esperaba y que quería recorrer los últimos metros conduciendo la vieja bicicleta de su padre; y así, este hombre, para clausurar su semana laboral, llegaba a casa en plan de peregrino.
Los tiempos eran duros para todos y el trabajo no abundaba; había que buscarlo por los pueblos porque aquel no siempre se ofrecía en casa. Por eso, tras unas horas de descanso, en la mañana del domingo, había que coger de nuevo la vieja bicicleta y viajar de nuevo rumbo a cualquier parte; el pan no podía faltar y era menester sudarlo ya antes de comenzar el trabajo
Así se llegaba a la mañana del lunes en la que había que desandar lo andado el sábado, y para que esta jornada no se viera recortada por las horas de camino, se ponía rumbo al tajo mucho antes de que aparecieran en lontananza las primeras horas de la mañana. Comenzaba otra semana, se reanudaba la ardua faena y se volvían a poner en movimiento el cuezo y la paleta, la plomada y el nivel, la llana y el carretillo el martillo y la piqueta.
En las largas noches de invierno, cuando el trabajo no abundaba o era menester quedarse en casa por otros motivos de más fuerza, el cantero de Santibáñez no descansaba. Horas antes de que llegaran los primeros rayos de luz se oían sin descanso los golpes del martillo o de la sierra y se adivinaba su fiebre de trabajo al compás de cualquier herramienta.
Las casas donde siempre vivió con su familia fueron fruto de sus sudores; en ellas se montaba siempre su rústico taller en espera de aquellas horas que era difícil llenar con otros trabajos más rentables.
El oficio de albañil fue siempre de la mano con el de carpintero y difícilmente se podría concebir aquél, sin un buen bagaje de conocimientosen el campo de la carpintería: puertas a cuarterones, imitando el más bello estilo español, ventanas de fuerte marco, armarios y sillas, bancos y mesas, taburetes y rinconeras, todo lo que fuera necesario para las obras de su propiedad, era concebido y salía de su taller realizado. El cepillo y la garlopa, la sierra y el formón, el escoplo y la escofina, el mazo y la azuela, el martillo y la escuadra el barreno y el berbiquí, fueron para él herramientas tan familiares como las de su misma especialidad. El oficio de cantero fue su oficio por derecho propio, en el cual llegó a consumado maestro; el de carpintero lo fue por adopción, habiendo logrado en él sorprendentes resultados. (Así era El Cantero de Santibáñez) Chindasvinto.