Alejandro Gago (Santander, 1927-2011), fallecido este pasado martes, hizo su primera aparición en el panorama poético español a finales de los años cuarenta del pasado siglo, y lo hizo en un Santander gris, provinciano, y casi famélico. Era entonces Santander una ciudad que no tenía muy lejana la memoria de la catástrofe del vapor Cabo Machichaco (1893), cuya explosión, cargado de dinamita, sembró la desolación. Y desde luego las heridas dejadas tanto por la guerra civil como por el pavoroso incendio que asoló la ciudad en 1941, estaban muy recientes. Paradójicamente fue en ese casi ruinoso Santander de la postguerra en el que parte de las nuevas pulsaciones poéticas españolas encontraron un terreno fértil para su crecimiento y desarrollo; terreno favorecido entre otras razones por la necesidad de las autoridades franquistas de fomentar y alentar un aparato cultural que ofreciese una imagen de cierta normalidad creativa.
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