En 1906 nuestro padre nació en Villasante, a unos pasos de Loma. Siempre nos contaba historias de su pueblo, de la comarca de Montija, de los cántabros, de los pasiegos y de los santanderinos.
Somos siete hermanos, y cuatro de nosotros conseguimos al cabo de muchos años realizar nuestros de tener un rincón allí donde estaban nuestras raices.
Mi hermano Amadeo fué el pionero. Durante años anduvo queriendo comprar la antigüa casa de Bercedo donde nació nuestra abuela, una casa muy grande a orillas del rio Trueba, donde durante muchos años la familia de mi abuela habían convivido junto con sus vacas y sus cosechas, las vacas en la planta de abajo, la familia en la planta de enmedio y el granero arriba, como todos los ganaderos de la zona. Pero le fué imposible; la habitaban dos hermanos vaqueros que rehusaban firmemente a cambiar de su devota vida a sus vacas y su terruño. Finalmente Amadeo adquirió una casa vieja y en mal estado justo en la plaza de Bercedo. Amadeo es arquitecto, y cansado del estrés de ser arquitecto en Madrid, empezó a restaurar su casa de Bercedo: los tejados, los muros de piedra, las inmensas bigas de troncos retorcidos de roble, sus chimeneas... No paraba de viajar a Burgos, se hizo amigo de todos los lugareños, se sentía completamente identificado con todo aquello que le rodeaba. Cuando terminó su casa, siguió restaurando otras y construyendo otras nuevas en los pueblos de alrededor, con un respeto aférrimo a los mas mínimos detalles de la arquitectura de la comarca.
Mi hermano pequeño y mi hermana tienen ya sus casas en Montija, mi hermano en Noceco, una casa grande y preciosa en lo mas alto del pueblo, y mi hermana en Bercedo, una casa nueva con un mirador hacia La Peña. Las de ellos son casas nuevas pero también de anchos muros de piedra y fuertes bigas de madera, rodeadas de prados y robledales y protegidos por esa peña poderosamente misteriosa.
Yo adquirí una casa a orillas del rio en Loma de Montija. Era la típica casa de tres alturas y tenía pared con pared un immenso recinto para mas vacas y mas cosecha. Todo construido con preciosos troncos retorcidos de roble y gruesas paredes de piedra. Amadeo las restauró, y quedaron dos viviendas, una en la antigüa casa y otra en el recinto adyacente.
... y ahí están Las Casas del Rio, como yo las llamo, esperándome pacientemente para darme cobijo y paz.
Sinembargo, la paradoja es que yo vivo en California, y sólo tengo el placer de ir a Loma unos muy pocos días al año. Demasiados pocos, ahora, eso sí, con la imaginación, estoy allí casi a diario. El soñar con las casas a orillas del rio es como una nana cantada por mi abuela burgalesa, que me reune en la distancia con mi pasado mas profundo.
Muy pocas veces tengo oportunidad de reunirme con mi familia en Montija. Ellos sí, cada dos por tres están todos juntos, siempre celebrado algo, o simplemente reunidos disfrutando del sosiego.
Yo me paso los días soñando en la distancia con el sonido de la corriente del rio, con el campanario de la Iglesia, con la Peña, sueño con las historias que nos contaba mi padre, con cuando jugaba a la brisca con mi abuela, con los manjares que mi padre traía a casa cuando eramos pequeños: la morcilla de arroz de Villarcayo, los perros chicos, las ciruelas, las avellanas, la miel...
Pero mi idea de retirarme a Loma es cada vez menos probable, no creo que sea posible; mis hijos prefieren vivir en Estados Unidos, y yo disfruto con su compañía. El ir y venir a Loma es un viaje, físicamente hablando, de mas de 30 horas. Si estuviera mas cerca estaría allí, físicamente, a todas horas, incluso en invierno y con nevadas. Mi abuela contaba que cuando los inviernos eran muy frios, los lobos bajaban de las montañas a los pueblos en busca de algo que comer. Eran otros tiempos, y eso que sólo han pasado un centenar de años...
Mi correo es mgfabra@yahoo. com. Me gustaría muchísimo recibir correspondencia de gente a la que, como a mi, les atraiga la vida y el ensueño de Las Merindades de Montija.
Así que, esperaré pacientemente a que alguién, en un rato de ocio y tranquilidad, se comunique conmigo y me cuente cosas.
Somos siete hermanos, y cuatro de nosotros conseguimos al cabo de muchos años realizar nuestros de tener un rincón allí donde estaban nuestras raices.
Mi hermano Amadeo fué el pionero. Durante años anduvo queriendo comprar la antigüa casa de Bercedo donde nació nuestra abuela, una casa muy grande a orillas del rio Trueba, donde durante muchos años la familia de mi abuela habían convivido junto con sus vacas y sus cosechas, las vacas en la planta de abajo, la familia en la planta de enmedio y el granero arriba, como todos los ganaderos de la zona. Pero le fué imposible; la habitaban dos hermanos vaqueros que rehusaban firmemente a cambiar de su devota vida a sus vacas y su terruño. Finalmente Amadeo adquirió una casa vieja y en mal estado justo en la plaza de Bercedo. Amadeo es arquitecto, y cansado del estrés de ser arquitecto en Madrid, empezó a restaurar su casa de Bercedo: los tejados, los muros de piedra, las inmensas bigas de troncos retorcidos de roble, sus chimeneas... No paraba de viajar a Burgos, se hizo amigo de todos los lugareños, se sentía completamente identificado con todo aquello que le rodeaba. Cuando terminó su casa, siguió restaurando otras y construyendo otras nuevas en los pueblos de alrededor, con un respeto aférrimo a los mas mínimos detalles de la arquitectura de la comarca.
Mi hermano pequeño y mi hermana tienen ya sus casas en Montija, mi hermano en Noceco, una casa grande y preciosa en lo mas alto del pueblo, y mi hermana en Bercedo, una casa nueva con un mirador hacia La Peña. Las de ellos son casas nuevas pero también de anchos muros de piedra y fuertes bigas de madera, rodeadas de prados y robledales y protegidos por esa peña poderosamente misteriosa.
Yo adquirí una casa a orillas del rio en Loma de Montija. Era la típica casa de tres alturas y tenía pared con pared un immenso recinto para mas vacas y mas cosecha. Todo construido con preciosos troncos retorcidos de roble y gruesas paredes de piedra. Amadeo las restauró, y quedaron dos viviendas, una en la antigüa casa y otra en el recinto adyacente.
... y ahí están Las Casas del Rio, como yo las llamo, esperándome pacientemente para darme cobijo y paz.
Sinembargo, la paradoja es que yo vivo en California, y sólo tengo el placer de ir a Loma unos muy pocos días al año. Demasiados pocos, ahora, eso sí, con la imaginación, estoy allí casi a diario. El soñar con las casas a orillas del rio es como una nana cantada por mi abuela burgalesa, que me reune en la distancia con mi pasado mas profundo.
Muy pocas veces tengo oportunidad de reunirme con mi familia en Montija. Ellos sí, cada dos por tres están todos juntos, siempre celebrado algo, o simplemente reunidos disfrutando del sosiego.
Yo me paso los días soñando en la distancia con el sonido de la corriente del rio, con el campanario de la Iglesia, con la Peña, sueño con las historias que nos contaba mi padre, con cuando jugaba a la brisca con mi abuela, con los manjares que mi padre traía a casa cuando eramos pequeños: la morcilla de arroz de Villarcayo, los perros chicos, las ciruelas, las avellanas, la miel...
Pero mi idea de retirarme a Loma es cada vez menos probable, no creo que sea posible; mis hijos prefieren vivir en Estados Unidos, y yo disfruto con su compañía. El ir y venir a Loma es un viaje, físicamente hablando, de mas de 30 horas. Si estuviera mas cerca estaría allí, físicamente, a todas horas, incluso en invierno y con nevadas. Mi abuela contaba que cuando los inviernos eran muy frios, los lobos bajaban de las montañas a los pueblos en busca de algo que comer. Eran otros tiempos, y eso que sólo han pasado un centenar de años...
Mi correo es mgfabra@yahoo. com. Me gustaría muchísimo recibir correspondencia de gente a la que, como a mi, les atraiga la vida y el ensueño de Las Merindades de Montija.
Así que, esperaré pacientemente a que alguién, en un rato de ocio y tranquilidad, se comunique conmigo y me cuente cosas.