No hay peor diligencia que la que no se hace
Rocío Chalco Vargas
Toda mi vida siempre he escuchado a mi madre decir esta frase del título.
Hoy conocí a Johany, es una muchacha Payaso, de esas que últimamente proliferan en los semáforos. Ella espera su turno a su acto de malabarista en lanzar unas pequeñas bolas al aire entre semáforo y semáforo. Ordenadamente sigue unos movimientos estudiados, desde que entra a escena en el rayado blanco de la calle, está bien parada en la zona peatonal. Entra a escena con una sonrisa franca, inocente, entusiasta, esperanzada, optimista, teniendo en cuenta que los ciudadanos marabinos pasamos una madrugada horrorosa de descargas eléctricas y lluvia copiosa.
Su vestimenta es sencilla, pero con una franela a dos colores, un sencillo pantalón oscuro y un coqueto gorrito tejido multicolor. Sonríe tímida como un poco forzada pero sin fijar la vista, mira a lo lejos a un invisible público entre la cola de carros. Aún y que ríe fingidamente, denota un dejo de tristeza en su joven mirada, lo que hace interrogarme ¿qué poderosa razón hace que en un día tan lluvioso y a las 8:30 de la mañana, una chica esté echando bolas al aire en el circo de la vida?. Enseguida terminó su rápido acto y sonrió más ampliamente, comenzó a dar las gracias agitando su mano muy arriba como para que los de atrás también la vieran y caminando por las ventanillas muchos le dimos su propina.
Seguí mi camino pensando en el impulso positivista de esa muchacha, en un día tan gris, un poco hasta fresca para los estándares de Maracaibo, dónde el común de la gente, cómodos llegamos al estacionamiento y sacamos nuestro automóvil sin mojarnos ni siquiera los pies o muchos ni se mueven a trabajar en un día así, como que si aquí hubiera nieve.
Me faltaban unos 10 minutos para llegar a mi destino, llevando esa agradable escena de empuje personal en la frente, cuando decidí regresar, miré mis espejos y rápidamente viré en U porque ya no encontraría otra salida a la izquierda. Cuando iba llegando al lugar, diviso a lo lejos que la muchacha ya no estaba, me desilucioné porque un rato antes querría haberle tomado una foto. En eso, inesperadamente apareció ella por un lado de la vía, acompañada de un muchacho más o menos de su edad y les pedí se asomaran a la ventana del carro y extrañada me preguntó para qué, no me quedó otra cosa que decirle, soy escritora (me autotitulé) y una profesora que admira a personas como ustedes, les solicité su permiso si los podía fotogafiar y accedieron amablemente.
En esos pocos minutos me contó Johany, que ella y su esposo James, se conocían desde los 15 años, ella tiene 25 y su esposo 26, tienen un niño de 5 años, son de Puerto Ordaz, artesanos, ella estudia y estaban de paso por aquí porque vinieron al entierro de un tío de su esposo que lo mató la delincuencia. Inmediatamente me acordé de esos ojos tristes sonriendo, ¡ah la intuición!, me contesté a mi misma, eso es, el impulso de salir adelante honradamente, a través de esos escollos en la vida, seguir caminando hacia delante y seguir creyendo en Dios.
Cuando oí todo lo que hacían, me dije, ah caramba, no son unos mal vivientes, no son drogos, no son gente sin hogar, no son huelepega, no son alcohólicos y menos malandros, son gente de empuje con sus vidas e ilusiones, gente de progreso que van soñando y poco a poco construyen, hasta supe de su pequeño que pasaba todo el día en una guardería mientras ellos trabajaban. Pensé tantas cosas, pensé en las necesidades más primarias de otros, sobretodo en este país tan rico y mal llevado, con tanto recurso abundante desperdiciado y que no cabe en mi cabeza.
Hoy en verdad, me sentí satisfecha, hoy si hice bien mi diligencia, creo que toqué el corazón de alguien que lo necesitaba porque cuando les dije unas palabras de aliento, sus caritas cambiaron, cuánto afecto se necesita y de ahí estas hermosas fotos para compartirlas con ustedes.
Pregúntense amigos, ¿qué haré yo hoy para tocar el corazón de alguien? Es demasiado sencillo, les agradezco la empatía.
Rocío Chalco Vargas
Maracaibo, Venezuela
Rocío Chalco Vargas
Toda mi vida siempre he escuchado a mi madre decir esta frase del título.
Hoy conocí a Johany, es una muchacha Payaso, de esas que últimamente proliferan en los semáforos. Ella espera su turno a su acto de malabarista en lanzar unas pequeñas bolas al aire entre semáforo y semáforo. Ordenadamente sigue unos movimientos estudiados, desde que entra a escena en el rayado blanco de la calle, está bien parada en la zona peatonal. Entra a escena con una sonrisa franca, inocente, entusiasta, esperanzada, optimista, teniendo en cuenta que los ciudadanos marabinos pasamos una madrugada horrorosa de descargas eléctricas y lluvia copiosa.
Su vestimenta es sencilla, pero con una franela a dos colores, un sencillo pantalón oscuro y un coqueto gorrito tejido multicolor. Sonríe tímida como un poco forzada pero sin fijar la vista, mira a lo lejos a un invisible público entre la cola de carros. Aún y que ríe fingidamente, denota un dejo de tristeza en su joven mirada, lo que hace interrogarme ¿qué poderosa razón hace que en un día tan lluvioso y a las 8:30 de la mañana, una chica esté echando bolas al aire en el circo de la vida?. Enseguida terminó su rápido acto y sonrió más ampliamente, comenzó a dar las gracias agitando su mano muy arriba como para que los de atrás también la vieran y caminando por las ventanillas muchos le dimos su propina.
Seguí mi camino pensando en el impulso positivista de esa muchacha, en un día tan gris, un poco hasta fresca para los estándares de Maracaibo, dónde el común de la gente, cómodos llegamos al estacionamiento y sacamos nuestro automóvil sin mojarnos ni siquiera los pies o muchos ni se mueven a trabajar en un día así, como que si aquí hubiera nieve.
Me faltaban unos 10 minutos para llegar a mi destino, llevando esa agradable escena de empuje personal en la frente, cuando decidí regresar, miré mis espejos y rápidamente viré en U porque ya no encontraría otra salida a la izquierda. Cuando iba llegando al lugar, diviso a lo lejos que la muchacha ya no estaba, me desilucioné porque un rato antes querría haberle tomado una foto. En eso, inesperadamente apareció ella por un lado de la vía, acompañada de un muchacho más o menos de su edad y les pedí se asomaran a la ventana del carro y extrañada me preguntó para qué, no me quedó otra cosa que decirle, soy escritora (me autotitulé) y una profesora que admira a personas como ustedes, les solicité su permiso si los podía fotogafiar y accedieron amablemente.
En esos pocos minutos me contó Johany, que ella y su esposo James, se conocían desde los 15 años, ella tiene 25 y su esposo 26, tienen un niño de 5 años, son de Puerto Ordaz, artesanos, ella estudia y estaban de paso por aquí porque vinieron al entierro de un tío de su esposo que lo mató la delincuencia. Inmediatamente me acordé de esos ojos tristes sonriendo, ¡ah la intuición!, me contesté a mi misma, eso es, el impulso de salir adelante honradamente, a través de esos escollos en la vida, seguir caminando hacia delante y seguir creyendo en Dios.
Cuando oí todo lo que hacían, me dije, ah caramba, no son unos mal vivientes, no son drogos, no son gente sin hogar, no son huelepega, no son alcohólicos y menos malandros, son gente de empuje con sus vidas e ilusiones, gente de progreso que van soñando y poco a poco construyen, hasta supe de su pequeño que pasaba todo el día en una guardería mientras ellos trabajaban. Pensé tantas cosas, pensé en las necesidades más primarias de otros, sobretodo en este país tan rico y mal llevado, con tanto recurso abundante desperdiciado y que no cabe en mi cabeza.
Hoy en verdad, me sentí satisfecha, hoy si hice bien mi diligencia, creo que toqué el corazón de alguien que lo necesitaba porque cuando les dije unas palabras de aliento, sus caritas cambiaron, cuánto afecto se necesita y de ahí estas hermosas fotos para compartirlas con ustedes.
Pregúntense amigos, ¿qué haré yo hoy para tocar el corazón de alguien? Es demasiado sencillo, les agradezco la empatía.
Rocío Chalco Vargas
Maracaibo, Venezuela