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LA NUEZ DE ARRIBA: Y han de venir serenos en la postrera hora...

María Monvel

Palabras de un Amante

a Luisa Ackermann

Como yo del amor me entrego a la corriente
y sumerjo, en las aguas a que me he abandonado,
mi corazón, y estrecho contra mí, locamente,
un ser idolatrado.

Yo sé que sólo estrecho como una quebradiza
forma, que puede helarse de pronto, sombra vana,
y que ese corazón de llama y ceniza
será polvo mañana.

Y que no saldrá nada. Ni una chispa siquiera
que se huya a esa mansión romántica imposible...
Polvo no más, y acaso una piedra ligera
con la muerte impasible.

Y han de venir serenos en la postrera hora
cuando la carne del espíritu se evade,
ante aquellos despojos donde el alma no ora
¡a hablar de eternidades!.

¡La eternidad! Extraña y tremenda amenaza
al amante que gime destrozado en su duelo;
lanzarle aquella frase que enloquece y abrasa:
¡la eternidad, el cielo!
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¡El cielo aún! detrás de aquel hoyo profundo
¿se abriría al objeto de mi pasión celosa?
No quiero, entre ella y yo, los abismos de un mundo,
basta con una fosa.

Se me replica en vano para calmar mi llanto
el ser del cual la muerte sin piedad te separa.
¿Qué dirías si el cielo que tú maldices tanto,
por fin, te lo entregara?.
... (ver texto completo)