Quedarse encerrado en un baño
Hay muchas cosas que hacer, como por ejemplo, contar los azulejos de la pared, averiguar las baldosas que forman el suelo. Mirarte al espejo, volverte a mirar al espejo, remirarte por si acaso no ha sido ya suficiente. Y después de todo ello, seguir reflexionando las cosas buenas y malas de la vida, posiblemente de tu vida. Y más tarde, observando el techo con una mirada como diciendo «qué haría yo para escapar de aquí», comienzas a oír tu estómago. Tienes hambre, pero nada puedes hacer, al menos aún, por acallar las ansias “gulísticas” de tus intestinos. Así que, decides mirar otra vez al techo del baño, y te percatas de que es posible que exista vida exterior. Tal vez se parezca a esto, y tampoco puedan salir de su planeta.
El gotelet empieza a tener forma de personas, de nube, de un pajarillo posando tranquila, delicada, y suavemente en un árbol, incluso de animales salvajes. Pero luego te preguntas: «qué tonterías me estoy imaginando». La verdad es que no son tonterías. La imaginación unida a una persona sensible, que capta a veces cosas inexplicables o casi sin lógica aparente, hace que se vean lo que está ahí en realidad. Ya sea en el gotelet, o en cualquier lugar, rincón, o recoveco de un universo paralelo o afín al nuestro.
La luz del plafón izquierdo parpadea. La del derecho aún conserva la estabilidad lumínica. Eso indica que aún hay esperanza. Aunque aquí, en el baño, no estoy sola. Hay una planta en una maceta blanca y azul situada al lado de un armario de metal en el que puedo reflejarme vagamente. Es un cristal de estos modernos, poco nítidos, en los que ya no se perciben ni los defectos de uno mismo, ni la esperanza de que uno sea o haya podido ser perfecto alguna vez. Pese a la simbiosis de lo antiguo y lo moderno del mobiliario, no cuento aquí con esa nueva tecnología llamada teléfono móvil.
Hay una ventana. Quizás pudiera salir, escapar, por ella. Pero mejor no. Prefiero seguir escuchando a mi imaginación, y seguir deleitándome con ese otro universo interior.
Hay muchas cosas que hacer, como por ejemplo, contar los azulejos de la pared, averiguar las baldosas que forman el suelo. Mirarte al espejo, volverte a mirar al espejo, remirarte por si acaso no ha sido ya suficiente. Y después de todo ello, seguir reflexionando las cosas buenas y malas de la vida, posiblemente de tu vida. Y más tarde, observando el techo con una mirada como diciendo «qué haría yo para escapar de aquí», comienzas a oír tu estómago. Tienes hambre, pero nada puedes hacer, al menos aún, por acallar las ansias “gulísticas” de tus intestinos. Así que, decides mirar otra vez al techo del baño, y te percatas de que es posible que exista vida exterior. Tal vez se parezca a esto, y tampoco puedan salir de su planeta.
El gotelet empieza a tener forma de personas, de nube, de un pajarillo posando tranquila, delicada, y suavemente en un árbol, incluso de animales salvajes. Pero luego te preguntas: «qué tonterías me estoy imaginando». La verdad es que no son tonterías. La imaginación unida a una persona sensible, que capta a veces cosas inexplicables o casi sin lógica aparente, hace que se vean lo que está ahí en realidad. Ya sea en el gotelet, o en cualquier lugar, rincón, o recoveco de un universo paralelo o afín al nuestro.
La luz del plafón izquierdo parpadea. La del derecho aún conserva la estabilidad lumínica. Eso indica que aún hay esperanza. Aunque aquí, en el baño, no estoy sola. Hay una planta en una maceta blanca y azul situada al lado de un armario de metal en el que puedo reflejarme vagamente. Es un cristal de estos modernos, poco nítidos, en los que ya no se perciben ni los defectos de uno mismo, ni la esperanza de que uno sea o haya podido ser perfecto alguna vez. Pese a la simbiosis de lo antiguo y lo moderno del mobiliario, no cuento aquí con esa nueva tecnología llamada teléfono móvil.
Hay una ventana. Quizás pudiera salir, escapar, por ella. Pero mejor no. Prefiero seguir escuchando a mi imaginación, y seguir deleitándome con ese otro universo interior.
Poético, sí, aunque los baños no son muy poéticos. También es verdad que depende de cómo se mire. Si pensamos que Machado dedicó una poesía a las moscas, con lo asquerosas que son...