ABRAZOS, BESOS Y CARICIAS
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El fluir de lo sagrado es un tipo de energía creativa que puede ser utilizada para conseguir aquello que se desea. La satisfacción de los deseos es uno de los mayores beneficios que de él se esperan. La persona religiosa, sabiendo esto, implora a los cielos en sus oraciones aquello que anhela. La grandeza, el poder y la infinitud, experimentados en torno a los dioses, propician la sensación de que no existen dificultades para conseguir satisfacer nuestros deseos más insospechados. Y en ocasiones estos deseos se consiguen, el poder de la fe unido al poder de dios parece no tener límites. Si revisamos la Historia veremos que del seno de la espiritualidad han emergido toda una serie de sorprendentes fenómenos que cambiaron el curso de la Historia. Las guerras santas son un claro ejemplo ― y lamentable― de la utilización de la creatividad sagrada al servicio de los deseos, violentos y conquistadores en este caso.
Los profesionales de la espiritualidad, sabiendo la mala fama que les ha aportado la violenta utilización en el pasado del elixir sagrado, en la actualidad se están esmerando en mejorar su imagen, acomodándola a los nuevos aires pacifistas, y nos están proponiendo atractivos cambios en la utilización de lo divino. Ahora, además de poder cantar y bailar con los dioses, en éxtasis amorosos, envueltos por ese amor, también podemos amarnos entre nosotros. Un gran porcentaje de religiones y de sectas parece que se han puesto de acuerdo en conseguir tan anhelado y difícil propósito. En las congregaciones de los rituales religiosos se está poniendo de moda darse la mano, abrazarse, besarse, e incluso acariciarse. Todo dirigido a manifestar físicamente el perseguido y tan pocas veces conseguido amor al prójimo.
Estas manifestaciones de amor y de cariño están produciendo un impacto entre quienes las experimentan. No estamos acostumbrados a semejantes muestras afectivas excepto con nuestros más allegados. Y, en ocasiones, ni con nuestros parientes más próximos las vivimos. Por ello resulta impresionante, para la persona común, vivir esas manifestaciones de cariño con personas que no pertenecen a su entorno familiar o de amigos.
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El fluir de lo sagrado es un tipo de energía creativa que puede ser utilizada para conseguir aquello que se desea. La satisfacción de los deseos es uno de los mayores beneficios que de él se esperan. La persona religiosa, sabiendo esto, implora a los cielos en sus oraciones aquello que anhela. La grandeza, el poder y la infinitud, experimentados en torno a los dioses, propician la sensación de que no existen dificultades para conseguir satisfacer nuestros deseos más insospechados. Y en ocasiones estos deseos se consiguen, el poder de la fe unido al poder de dios parece no tener límites. Si revisamos la Historia veremos que del seno de la espiritualidad han emergido toda una serie de sorprendentes fenómenos que cambiaron el curso de la Historia. Las guerras santas son un claro ejemplo ― y lamentable― de la utilización de la creatividad sagrada al servicio de los deseos, violentos y conquistadores en este caso.
Los profesionales de la espiritualidad, sabiendo la mala fama que les ha aportado la violenta utilización en el pasado del elixir sagrado, en la actualidad se están esmerando en mejorar su imagen, acomodándola a los nuevos aires pacifistas, y nos están proponiendo atractivos cambios en la utilización de lo divino. Ahora, además de poder cantar y bailar con los dioses, en éxtasis amorosos, envueltos por ese amor, también podemos amarnos entre nosotros. Un gran porcentaje de religiones y de sectas parece que se han puesto de acuerdo en conseguir tan anhelado y difícil propósito. En las congregaciones de los rituales religiosos se está poniendo de moda darse la mano, abrazarse, besarse, e incluso acariciarse. Todo dirigido a manifestar físicamente el perseguido y tan pocas veces conseguido amor al prójimo.
Estas manifestaciones de amor y de cariño están produciendo un impacto entre quienes las experimentan. No estamos acostumbrados a semejantes muestras afectivas excepto con nuestros más allegados. Y, en ocasiones, ni con nuestros parientes más próximos las vivimos. Por ello resulta impresionante, para la persona común, vivir esas manifestaciones de cariño con personas que no pertenecen a su entorno familiar o de amigos.