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LA NUEZ DE ARRIBA: petrificado,...

petrificado,
maligno,
sañudo;
el viento arquea la memoria,
dobla en la próxima esquina donde el aciago se desnuda y
el agua todavía trota sobre el caballo,
mientras el río palpa sus blandas sepulturas;
el día, el mismo día, siempre,
se repite para llover los huesos y los restos;
llueve, tormenta de unos ojos insertados en las raíces del
cielo y la tierra.
Raíz del cielo, tierra invertida con árboles líquidos y un
cielo azul,
limpio, abierto,
agua que quema,
premura para las galerías de sepulturas,
lienzos intactos en las hogueras de los descarriados,
los que merecieron ese destino por subversivos,
por delincuentes,
otoños asediados por los vientres y las bayonetas;
el alma se desarraiga en el rostro innumerable de la mujer
de los balcones floridos,
tiempo desvanecido,
junto a la rosa descifrada con pétalos y una diminuta
espina que atraviesa el peñasco atorado en la garganta.