EL ARREO DE LA MULA
Rubén López
Inocencio Grajales fue a parar a la cárcel sin que nadie supiera el porqué. ¿Cómo es eso, se preguntaban en el pueblo, de que un humilde caficultor fuera condenado a veinte años de prisión?
Su mujer, dedicada a la cestería, contó sobre los últimos días:
Inocencio madrugaba con el alba. Al poco rato, en la cocina se sentía un aroma de café molido y tostado. Aprontaba el canasto y recolectaba los frutos cereza, con la despulpadora separaba las semillas de la pulpa, lavaba y secaba los granos de café, los echaba en tanques y allí los dejaba remojando y fermentando.
Al día siguiente recogía aparte el café vano que flotaba en el agua para separarlo como pasilla, vaceaba los granos en canales y los lavaba por completo en agua limpia que cambiaba constantemente. Lavado el café, le dejaba escurrir el agua hasta que al frotarlo lo percibía áspero y produciendo un sonido de cascajo, lo llevaba al secadero para que los rayos solares lo dejaran como pergamino seco, periódicamente revolvía el café con un rastrillo de madera, lo zarandeaba para eliminar las cáscaras, los granos sin despulpar y las hojas, y así determinaba el tamaño de los granos, «chatos» y «mokas
Rubén López
Inocencio Grajales fue a parar a la cárcel sin que nadie supiera el porqué. ¿Cómo es eso, se preguntaban en el pueblo, de que un humilde caficultor fuera condenado a veinte años de prisión?
Su mujer, dedicada a la cestería, contó sobre los últimos días:
Inocencio madrugaba con el alba. Al poco rato, en la cocina se sentía un aroma de café molido y tostado. Aprontaba el canasto y recolectaba los frutos cereza, con la despulpadora separaba las semillas de la pulpa, lavaba y secaba los granos de café, los echaba en tanques y allí los dejaba remojando y fermentando.
Al día siguiente recogía aparte el café vano que flotaba en el agua para separarlo como pasilla, vaceaba los granos en canales y los lavaba por completo en agua limpia que cambiaba constantemente. Lavado el café, le dejaba escurrir el agua hasta que al frotarlo lo percibía áspero y produciendo un sonido de cascajo, lo llevaba al secadero para que los rayos solares lo dejaran como pergamino seco, periódicamente revolvía el café con un rastrillo de madera, lo zarandeaba para eliminar las cáscaras, los granos sin despulpar y las hojas, y así determinaba el tamaño de los granos, «chatos» y «mokas