V
Cuando llegó al pie de la montaña no se paró ni un segundo a descansar, comenzó inmediatamente a subir porque tenía muchas ganas de encontrar al Señor Ruiz, pero como era una gatita pequeñita y los gatos no saben escalar montañas llegó un momento en que no pudo avanzar más. Miró hacia arriba y se dio cuenta que todavía le faltaba muchísimo para llegar a la cima, donde ella suponía que viviría el águila malvada. Lo único que podía hacer era retroceder. Entonces se acordó de los regalos y sacó de la mochila las sandalias y la capa. Aunque le habían dicho que eran objetos mágicos le parecieron unas sandalias y una capa normales, sin nada especial. Se probó las sandalias y como por arte de birlibirloque aparecieron unas pequeñas alitas en las suelas que la levantaron del suelo y le permitieron volar, era como si estuviese flotando por el aire. Entonces se puso rápidamente la capa para averiguar si también tenía poderes mágicos y lo que ocurrió fue ¡qué se hizo invisible!
Con las sandalias mágicas subió volando hasta la cima y desde lo más alto miró en todas direcciones pero no pudo ver ningún nido de águila, ni nada que se le pareciera. En aquel momento oyó, a lo lejos, una triste melodía:
- El nido del águila está lleno de sol, en el nido del águila canta un ruiseñor, ¡ay mi amor!, bajo el olivo en flor.
¡Era la voz del Señor Ruiz!. Su querido ruiseñor estaba vivo y era como si le estuviera enviando un mensaje de socorro, giró la cabeza hacia donde venía la música y, debajo de un olivo, vio un gran nido. Se puso la capa mágica para que el águila malvada no pudiera descubrirla y, mientras seguía escuchando las canciones del Señor Ruiz, se fue acercando muy lentamente.
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías, del amor, los ruiseñores. Este ruiseñor de triste llanto, cantando al amor y a las estrellas, espera a una gatita bella para regalarle su hermoso canto.
Se acercó lo suficiente y pudo ver al Señor Ruiz atado al nido con una cadena, cumpliendo condena, pidiendo la cena, con cara de pena. Ahora lo comprendió todo, el águila malvada había raptado al ruiseñor porque quería aprender a cantar hermosas melodías.
Migarabí no perdió la paciencia y esperó durante mucho rato a que se durmiera el águila. Cuando se hizo de noche el cielo se sembró de bellas estrellas y ella se sintió mejor después de saludar a sus brillantes amigas. A todas las conocía por su nombre porque se lo había enseñado el Señor Ruiz. Les pidió fuerzas y suerte para salvar a su amor, el ruiseñor.
Entonces muy despacito, sin hacer ruido y sin quitarse la capa mágica, se fue acercando al nido. Cuando llegó, después de comprobar que el águila estaba completamente dormida, cortó la cadena que sujetaba al Señor Ruiz, lo abrazó y lo tapó con la capa para hacerlo también invisible. Lenta y silenciosamente se alejaron del nido y hasta que no estuvieron bien lejos no se atrevieron a hablar para no despertar al águila malvada.
Cuando llegó al pie de la montaña no se paró ni un segundo a descansar, comenzó inmediatamente a subir porque tenía muchas ganas de encontrar al Señor Ruiz, pero como era una gatita pequeñita y los gatos no saben escalar montañas llegó un momento en que no pudo avanzar más. Miró hacia arriba y se dio cuenta que todavía le faltaba muchísimo para llegar a la cima, donde ella suponía que viviría el águila malvada. Lo único que podía hacer era retroceder. Entonces se acordó de los regalos y sacó de la mochila las sandalias y la capa. Aunque le habían dicho que eran objetos mágicos le parecieron unas sandalias y una capa normales, sin nada especial. Se probó las sandalias y como por arte de birlibirloque aparecieron unas pequeñas alitas en las suelas que la levantaron del suelo y le permitieron volar, era como si estuviese flotando por el aire. Entonces se puso rápidamente la capa para averiguar si también tenía poderes mágicos y lo que ocurrió fue ¡qué se hizo invisible!
Con las sandalias mágicas subió volando hasta la cima y desde lo más alto miró en todas direcciones pero no pudo ver ningún nido de águila, ni nada que se le pareciera. En aquel momento oyó, a lo lejos, una triste melodía:
- El nido del águila está lleno de sol, en el nido del águila canta un ruiseñor, ¡ay mi amor!, bajo el olivo en flor.
¡Era la voz del Señor Ruiz!. Su querido ruiseñor estaba vivo y era como si le estuviera enviando un mensaje de socorro, giró la cabeza hacia donde venía la música y, debajo de un olivo, vio un gran nido. Se puso la capa mágica para que el águila malvada no pudiera descubrirla y, mientras seguía escuchando las canciones del Señor Ruiz, se fue acercando muy lentamente.
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías, del amor, los ruiseñores. Este ruiseñor de triste llanto, cantando al amor y a las estrellas, espera a una gatita bella para regalarle su hermoso canto.
Se acercó lo suficiente y pudo ver al Señor Ruiz atado al nido con una cadena, cumpliendo condena, pidiendo la cena, con cara de pena. Ahora lo comprendió todo, el águila malvada había raptado al ruiseñor porque quería aprender a cantar hermosas melodías.
Migarabí no perdió la paciencia y esperó durante mucho rato a que se durmiera el águila. Cuando se hizo de noche el cielo se sembró de bellas estrellas y ella se sintió mejor después de saludar a sus brillantes amigas. A todas las conocía por su nombre porque se lo había enseñado el Señor Ruiz. Les pidió fuerzas y suerte para salvar a su amor, el ruiseñor.
Entonces muy despacito, sin hacer ruido y sin quitarse la capa mágica, se fue acercando al nido. Cuando llegó, después de comprobar que el águila estaba completamente dormida, cortó la cadena que sujetaba al Señor Ruiz, lo abrazó y lo tapó con la capa para hacerlo también invisible. Lenta y silenciosamente se alejaron del nido y hasta que no estuvieron bien lejos no se atrevieron a hablar para no despertar al águila malvada.