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Visto esto y las malas burlas del ciego, determiné dejarle. Al día siguiente salimos por la villa a pedir limosna. Había llovido mucho la noche de antes y por el día también llovía. Andaba el ciego rezando debajo de unos soportales que en aquel pueblo había, donde no nos mojábamos, pero como se hacía de noche y no paraba de llover, me dijo:
- Lázaro, este agua es muy mala, está llegando la noche y cada vez llueve más. Regresemos ya a la posada.
Para ir allá, teníamos que pasar un arroyo que con lo que había llovido traía mucha agua. Yo le dije:
- El arroyo va muy ancho; pero si queréis, yo sé por donde atravesarlo sin mojarnos, porque se estrecha allí mucho y saltando pasaremos sin mojarnos los pies.
Le pareció buen consejo y dijo:
- Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se estrecha que ahora es invierno y sabe mal el agua y más llevar los pies mojados.
Yo, cuando vi que accedió a mis deseos, le saqué de debajo de los soportales y lo puse enfrente de un poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas y le dije:
- Este es el paso más estrecho que en el arroyo hay.
Como llovía mucho y el ciego se mojaba y con la prisa que teníamos de escapar del agua que nos caía encima y, lo más principal, porque Dios le cegó en aquella hora el entendimiento (fue por darme venganza), me creyó y dijo:
- Ponme bien derecho y salta tú el arroyo.
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar y dando un salto me puse detrás del poste y le dije:
- ¡Sus! Saltad todo lo que podáis, para que caigáis a esta parte del agua.
Apenas lo había acabado de decir cuando el pobre ciego, echando un paso atrás para hacer mayor salto, se abalanzó como cabrón y con toda su fuerza arremetió y dio con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza y cayó luego para atrás, medio muerto y rajada la cabeza.
- ¿Cómo y oliste la longaniza y no el poste? ¡Oled! ¡Oled!
Le dije yo. Y allí lo dejé en manos de mucha gente que lo había ido a socorrer y tomé corriendo la puerta de la villa y antes de anochecer llegué a Torrijos.
Lázaro y el ciego en Escalona (Toledo).
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Visto esto y las malas burlas del ciego, determiné dejarle. Al día siguiente salimos por la villa a pedir limosna. Había llovido mucho la noche de antes y por el día también llovía. Andaba el ciego rezando debajo de unos soportales que en aquel pueblo había, donde no nos mojábamos, pero como se hacía de noche y no paraba de llover, me dijo:
- Lázaro, este agua es muy mala, está llegando la noche y cada vez llueve más. Regresemos ya a la posada.
Para ir allá, teníamos que pasar un arroyo que con lo que había llovido traía mucha agua. Yo le dije:
- El arroyo va muy ancho; pero si queréis, yo sé por donde atravesarlo sin mojarnos, porque se estrecha allí mucho y saltando pasaremos sin mojarnos los pies.
Le pareció buen consejo y dijo:
- Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se estrecha que ahora es invierno y sabe mal el agua y más llevar los pies mojados.
Yo, cuando vi que accedió a mis deseos, le saqué de debajo de los soportales y lo puse enfrente de un poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas y le dije:
- Este es el paso más estrecho que en el arroyo hay.
Como llovía mucho y el ciego se mojaba y con la prisa que teníamos de escapar del agua que nos caía encima y, lo más principal, porque Dios le cegó en aquella hora el entendimiento (fue por darme venganza), me creyó y dijo:
- Ponme bien derecho y salta tú el arroyo.
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar y dando un salto me puse detrás del poste y le dije:
- ¡Sus! Saltad todo lo que podáis, para que caigáis a esta parte del agua.
Apenas lo había acabado de decir cuando el pobre ciego, echando un paso atrás para hacer mayor salto, se abalanzó como cabrón y con toda su fuerza arremetió y dio con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza y cayó luego para atrás, medio muerto y rajada la cabeza.
- ¿Cómo y oliste la longaniza y no el poste? ¡Oled! ¡Oled!
Le dije yo. Y allí lo dejé en manos de mucha gente que lo había ido a socorrer y tomé corriendo la puerta de la villa y antes de anochecer llegué a Torrijos.
Lázaro y el ciego en Escalona (Toledo).
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